Asistimos
a un concierto de música andalusí en el Convento de los Jacobinos. Allí escuchamos
una curiosa mezcla de cante jondo, música de oriente próximo, canciones sefardíes
y tambores armenios.
El
Convento de los Jacobinos es una proeza del gótico minimalista del Languedoc. La
capilla principal tiene ventanales muy esbeltos con
vidrieras policromadas, una magnifica bóveda en forma de palmera, y una línea de
columnas circulares curiosamente situada en el eje de su nave central, de
manera que dificultan la visión de altar. Una construcción extraña, sin parangón
conocido, sobre todo para una orden que primaba la predicación contra la
herejía.
De
hecho el convento de los jacobinos fue uno de los primeros centros de la
Inquisición en su persecución contra los cátaros. Resulta elocuente la declaración de Jean Tisserand que, acusado
falsamente de herejía, se defendía así por las calles de Toulouse. “Escuchadme, señores: no soy un hereje.
Tengo una mujer con la que me acuesto. Tengo hijos, como carne; miento y juro.
¡Soy, pues, un buen cristiano!”.
Siglos más tarde, con la Revolución francesa y
Napoleón, el convento se convirtió en cuartel, polvorín, incluso cuadra de caballería, hasta
que fue adquirida por el consistorio en 1865.
En la
capilla presbiterial está enterrado el influyente teólogo Santo Tomas de Aquino,
el hombre que se hizo la pregunta “¿Qué es
Dios?”, de enorme influencia en el pensamiento filosófico medieval.
De la importancia que Toulouse debió tener en el
camino de Santiago da testimonio el tamaño del antiguo hospital de peregrinos
Hôtel-Dieu Saint-Jacques, en el barrio popular de Saint Cyprien, en la margen
izquierda, que desde el siglo XII viene atendiendo a huérfanos, enfermos y
peregrinos. Actualmente alberga dos museos dedicados a la historia e
instrumentos de la medicina. Aun se conserva un torno donde se depositaban discretamente los bebes confiados ala inclusa.
Me paré un rato en el Pont Neuf para retratar la
portentosa fachada del Hospital sobre el rio. En ese momento surcaba el cielo
una bandada de patos, volando en ordenada formación de V. No puede evitar imaginar,
deformación de gourmet, sus suculentos magrets tostandose en una parrilla, con
unas rodajas de naranja.
La basílica de Saint-Sernin, que pasa por ser
la iglesia románica mas grande de Francia, es Patrimonio de la Humanidad y
forma parte del Camino de Santiago. La torre octogonal es su elemento mas
carateristico. Cada 29 de noviembre se
da rienda suelta al pagano rito de las Saturnales.
San Sernín (o san Saturnino) fue el primer obispo de la ciudad
de Toulouse, allá por el año 250 d.C. En aquella época romana, los tolosanos gustaban
de hacer sacrificios en el templo de Jupiter. Un buen día San Sernín pasaba por
la plaza del Capitolio donde se disponían a sacrificar a un toro en honor a
los dioses paganos. Los oficiantes le invitaron a participar en la ceremonia, pero
San Sernín se negó debido a sus creencias cristianas. Los vecinos de Toulouse se
tomaron fatal esta negativa, asi que en vez de sacrificar al toro, sacrificaron
a San Sernín. Lo ataron al toro y lo arrastraron por las calles hasta morir.
Por cierto, San Sernin fue el que bautizó e instruyó
a San Fermin, patrón de Pamplona, pero seguro que, dadas las circunstancias de
su martirio, no hubiese visto con buenos ojos los encierros taurinos que cada
año se celebran en honor a su discípulo por la calle Estafeta.
La plaza del Capitolio es el centro nueralgico de
Toulusse. Este gran espacio alberga el Hotel
de Ville (Ayuntamiento). En su interior una placa de mármol recuerda el lugar donde fue
decapitado en 1632 el duque de Montmorency, uno de los nobles más
poderosos de su tiempo. Participó en un levantamiento contra el cardenal
Richelieu llamando a la secesión de la región de Languedoc del reino de
Francia. Vencido y herido en la batalla Castaldaunary, fue apresado por el cardenal,
acusado de alta traición y decapitado sin contemplaciones.
Otro hotel ubicado en la plaza del Capitole (este sí
es un establecimiento hostelero) es el Grand Balcon. En su habitación 32 se
alojaba Saint-Exupéry, en los años que trabajaba como piloto en la compañía
l’Aéropostale, cubriendo el correo postal entre Toulouse y Senegal.
En las noche de juerga, el autor de El
principito y otros colegas aviadores que se alojaban en el hotel, cuando iban
a la habitacion acompañados de alguna señorita, debían subirla en brazos y
sigilosamente. Asi conseguían que solo
llegará el sonido de los pasos de una persona hasta los atentos oidos de las hermanas castro, dos viejas solteronas que
regentaban el hotel y que prohibian a los pilotos subir acompañados a las
habitaciones.
Tambien debo reseñar dentro de la plaza del capitolio el Donjon, antigua torre de archivos con un campanario flamenco y la estaua de Claude Nougaro, cantante, compositor y pintor tolosano, que con tanta emoción glosó las riveras del Garona.
La catedral de Saint-Étienne parece diseñada
por un niño jugando con piezas de Lego.
Toulouse es conocida por el
sobrenombre de le Ville Rose (La Ciudad Rosa), por el color que otorga a sus
mas importantes edificios el uso predominante del ladrillo. Y es que no hay
canteras cerca de Toulouse, pero el Garona a su paso por la ciudad deposita valiosos
limos y arcilla, tan utilizados en la construcción.
Buen ejemplo de ello es
Saint-Étienne. la catedral de Toulouse tiene un origen muy antiguo. La
tradición sitúa su fundación en época apostólica, pero el edificio que hoy
vemos se levantó en el siglo XIII, y aunque una parte es románica, el estilo
dominate es, digamos un gotico meridional extraño. Sus dos naves desalineadas y la
asimetría de sus fachadas, le confieren un aspecto insólito.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.