En nuestro periplo por tierras ampurdanesas llegamos a
Torroella de Montgrí, una villa real rodeada de campos y huertos regados por el
tramo final del río Ter, al pie del macizo calcáreo del Montgrí.
Durante la Edad Media, fue frontera entre el condado de
Barcelona y el Ampurias, de manera que siempre contó principalmente con el
favor de los primeros, que fueron quienes la controlaron durante aquellos
siglos. En el siglo XIII. el rey Pere II inició la construcción de las murallas
disponiendo el interior del pueblo como un campamento romano, alrededor de dos
calles que partían de este a oeste y de norte a sur (lo que los latinos
denominaban cardus i y decumanus). Esta disposición urbanística se sigue
manteniendo hoy en día y la confluencia de ambas calles es la actual Plaza de la Vila.
De aquellos muros (desaparecidos en el siglo XIX por las
lógicas necesidades de expansión urbana), se conservan aún dos elementos
sobresalientes: el Portal de Santa Caterina y la torre de les Bruixes (Torre de
las Brujas). Alrededor de esta torre se congregaban regularmente las brujas
acompañadas de un enigmático personaje anciano, l’Avi Xixó.
Marcel Duchamp (1887-1968) viajó a Cadaqués por primera vez en 1933
para visitar a Dalí. Ese mismo año, Duchamp había hecho de intermediario para
que Man Ray realizase las fotografías de los edificios de Gaudí que acabarían ilustrando
un artículo de Dalí sobre la arquitectura comestible en la revista Minotaure.
A partir de 1958 Duchamp estableció aquí su residencia veraniega s y
cada tarde de los 10 veranos que pasó en Cadaqués se acercó al bar Melitón, a echar
unas partidas de ajedrez como atestiguan
las amarillentas fotografías que cuelgan de las paredes del bar. Su pasión por
este juego era grande que, tras concluir su obra El Gran Vidrio, llegó
a anunciar que se retiraba de la práctica artística para dedicarse a por
completo al ajedrez.
Ya
fuera por la promoción internacional que le hiciera Dalí, ya sea por el
innegable encanto de este pueblo, Cadaqués ha sido desde hace más de medio
siglo un polo de atracción para artistas e intelectuales. Hasta el punto de que
el pintor Joan Josep Tharrats llegó a afirmar que Cadaqués era la capital
mundial del arte.
Uno
de los locales de reunión más habituales de esta jet fue el Maritim, un
chiringuito de la playa con más 80 años de antigüedad. Por su terraza, además de
Gala y Dalí, han pasado Man Ray, Marcel
Duchamp, Kirk Douglas o Umberto Eco.
Gabriel García Márquez en un relato de su
libro Doce cuentos peregrinos, descibió el Marítim. como un “populoso y sórdido bar de la
Gauche Divine en el crepúsculo del franquismo”.
"Portlligat es uno de los lugares más
áridos, minerales y planetarios de la tierra. Las mañanas ofrecen una alegría
salvaje y amarga, ferozmente analítica y estructural; los atardeceres son
morbosamente tristes: Los olivos brillantes y animados durante el día, se
metamorfosean en un gris inmóvil, como de plomo. La brisa matinal dibuja
sonrisas de pequeñas olas felices en las aguas; por la tarde y a menudo, a
consecuencia de los islotes que hacen de Portlligat una especie de lago, el
agua está tan tranquila que refleja los dramas del cielo crepuscular".
SALVADOR DALÍ "Vida Secreta"
Cadaqués es internacionalmente conocida gracias a Port
Lligat, una pequeña cala al otro lado de cementerio, donde salvador Dalí y Gala
instalaron su residencia en 1930, en unas casetas de pescadores que el pintor
fue adquiriendo y restaurando y donde dio rienda suelta a ese desbordante
universo daliniano.
Decía Dalí que el sol se levantaba sobre su cama antes que
en cualquier otro lugar en España, ya que Port Lligat es el punto habitado más
oriental de la Península Ibérica. Ideó un sistema múltiple de espejos ingenioso
para que los primeros rayos de sol de la mañana le dieran directamente en la cama.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.