viernes, 4 de mayo de 2007

el-jadida


Lo que mas sorprende al viajero que llega a el-jadida es que, al revés que en el resto del mundo, el sol sale por el oeste y se pone en levante.
Si, si, como lo oyen. Puede que la tierra hubiera cambiado el sentido de su rotación durante aquellos días, pero lo cierto es que alli, el sol nace en el océano Atlántico y va a morir hacia oriente, mas alla de las dunas del desierto.
Las gentes del lugar parecen haberse acostumbrado a este curioso fenómeno astronómico, que, por lo demás, no altera en absoluto su modo de vida.

4 comentarios:

Mary Westmacott dijo...

Bajito, deberias hacer un mapita de estos lugares!!!
Curioso lo de la puesta del sol, aqui nunca se puede ver una como la gente pues estamos orientados con el rio en el este y al oeste llueve y llovera, una flor y otra flor celeste del jacaranda....
pos la medicacion me ha afectado...
besos bajito y pasate por myspace/vivirmivida

JoFz dijo...

Esta fue una de las clausulas secretas del Tratado de Tordesillas impuestas al país atlantico, las tierras correspondientes a Portugal debían de ver nacer el sol por sus costas. Algunos iniciados en el misterio aún buscan como hizo Juan II para burlar la clausula de Alejandro VI, el papa borjia que trabajaba para los intereses mediterraneos.
Que cosas.

Gata animada dijo...

¿No estarías mirando los atardeceres y amaneceres a través de un espejo?

EL AVENTURERO dijo...

gata, que yo recuerde no habia nigun espejo
me pega mas que fuera lo que dice gus, ya sabeis como era este juan II siempre burlando, que cachondo el tio

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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