viernes, 18 de mayo de 2007

O Forte da Praia

El fuerte de Garcia de Avila da nombre a Praia do Forte y es la unica fortificacion medieval del pais carioca. Fue edificado en 1551, por un portugués, posiblemente hijo bastardo de Tomé de Souza, primer gobernador de Brasil, y en tiempos llegó a ser la sede del mayor latifundio del planeta, con cerca de 800.000 km 2, el 10% del Brasil actual.

Las piedras del fuerte fueron unidas con una argamasa de conchas, cáscaras de cangrejo y arena de la playa, ligadas con grasa de ballena

8 comentarios:

Jas dijo...

Pues con todos los ingredientes esos de la argamasa me hacía yo una buena sopa de marisco XDD

Teniente Colombo dijo...

Aventurero bajito y fuerte, ve mañana a ver a los Who allí en Bilbao y les haces un dibujillo.

La-Ruina dijo...

¡Bajito!

JoFz dijo...

¿Es posible que los guías cariocas usen con excesiva libertad el término medieval? Recuerdo de mis tiempos de estudio que la fromtera entre medievo y edad moderna se establecía en 1492 con el descubrimiento de América y que una de las actividades más caracteristicas del Arte Renacentista fue el diseño de fortalezas militares. Aunque sí es cierto que la de tu dibujo es un poco de andar por casa, la diseñaría el párroco con el sargento cocina ;-)

Teniente Colombo dijo...

A mí tampoco me salían las cuentas, con gente como Gus da gus-to.

EL AVENTURERO dijo...

joder, como sois,
a mi me dijeron que era medieval
Sera que seguia el modelo constructivo medieval, aunque fuera algo posterior, yo que sé, yo solo soy un humilde aventurero

JoFz dijo...

Ah! NO!
Es usted nuestro insigne Aventurero, antorcha que ilumina nuestro camino, nada de humilde, nuestra admiración y entrega a sus periplos y sus cuadernos es incondicional y supera todo el simplismo historiográfico de guías nativos y constructores anticuados.

Teniente Colombo dijo...

Bajito, apechuga ;-D

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

Contribuyentes