martes, 19 de junio de 2007

basílica de San Marcos


Dos mercaderes venecianos, Buono di Malamocco y Rustico di Torcello, se habían empeñado en robar el cuerpo de san Marcos ¿a santo de qué? pues ni idea, porque encima en aquella época estaba en Alejandría, pero el caso es que les dio por ahí.
Así que viajaron a Egipto, sobornaron a los monjes de Alejandría que custodiaban las reliquias y huyeron, camuflando los restos mortales del evangelista bajo trozos de carne de cerdo, para que los musulmanes no pudieran descubrirlos.
Así fue como en el año 828, el cuerpo de San Marcos llegó a Venecia y fue nombrado patrón de la Serenísima.
Fue depositado en una cripta, y sobre ella se erigió la lujosa basílica de san Marcos, de estilo claramente bizantino.
Precisamente de Constantinopla proceden también los cuatro caballos que se pueden contemplar en la fachada, aunque su origen es mucho más antiguo. Fueron saqueados por la flota veneciana que se dirigía a la conquista de los Santos Lugares, durante la cuarta cruzada. Los venecianos cambiaron su rumbo y, en lugar de ocupar Jerusalén, se abalanzaron sobre Constantinopla. Arrasaron la ciudad y expoliaron infinidad de tesoros, entre otros esta cuadriga. Mas tarde, Napoleón se la llevó a Paris y a lo mejor la colocó sobre el arco del triunfo, antes de que Venecia los recuperara. En fin, que mucho cabalgaron estos caballos.

4 comentarios:

Teniente Colombo dijo...

Que no lea la anécdota ningún editor, o rápidamente tendremos novela fast-food bajo seudónimo: "El código San Marcos", o "El enigma San Marcos", o "El pergamino San Marcos", etc. etc. A mí me gusta más "Aventuras y desventuras de unos trozos de carne de cerdo en la Alejandría del siglo IX".

EL AVENTURERO dijo...

la verdad es que da para una de esas novelas seudo historicas, teniente, pero yo lo veo mas como el argumento de una comedia alocada, tipo la armada brancaleone

lenoreanabel dijo...

jajajajaja. qué bueno! mira que hay ladrones en la historia...me estoy leyendo una novela de donna leon de esas del comisario brunetti y pasa en venecia. ;-)

ILUNA dijo...

y el ponte delle Tette?

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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