lunes, 11 de junio de 2007

tartarugas

Tras el luctuoso asalto de Candeal, el aventurero se sentía cansado de tanta violencia gratuita. Fue entonces cuando decidió marchar hacia Praia do Forte, un pueblecito de pescadores, al norte de Salvador, lleno de cocoteros y piscinas de coral, y tambien algunas pensiones para turistas, todo hay que decirlo.

Alli encontraría la paz y el sosiego que necesitaba.


En Praia do Forte está la sede del proyecto TAMAR, un programa para la protección de las tortugas que anualmente van a aquellas costas a deshovar. Algunas llegan a medir hasta tres metros y a pesar 900 kilos, mas o menos como dos toros de lidia bien bragados

7 comentarios:

EnfermeraDeNoche dijo...

¿y muerden? :)

Anónimo dijo...

llevaste capote??

EL AVENTURERO dijo...

Yo no voy a ninguna parte sin el capote, kire
Y morder, no se si muerden, pero yo no pondria muy a tiro por si acaso
Lo que sí que hacen es vivir cientos de años, hace poco se murio una tortuga que estudiaba Darwin (o que estudiaba a Darwin, no lo tengo muy claro)

JoFz dijo...

Pobre tortuga, debio morir de tristeza al leer en la prensa del país que se encuentra al norte de Mejico (del de mejico lindo no del de mexico lexico) que vuelve con fuerza el creacionismo, como son.
Gracias enfermeradenoche por aclarame lo de candeal, ¿será entonces que fue el pan el que inspiró el nombre del favelario? ¿sería por la miga o por la corteza?

EnfermeraDeNoche dijo...

A este nivel de profundidad ya no lo he estudiado :)

princess dijo...

mmm como para hacerse un caldo (es broma, hombre, no me miren con esos ojos)
y viste alguna de ese tamañano???

EL AVENTURERO dijo...

las que yo vi eran pequeñitas, como un toro de lidia

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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