La Calle Susona se encuentra en pleno barrio de Santa
Cruz, lo que era la antigua judería de Sevilla. Detrás el
nombre de la calle se desvela una terrible historia real que
ocurrió en el siglo XIV.
La antigua judería era asaltada
continuamente por los cristianos. Harto de esta situación, Diego Susón,
un importante banquero judío , reunió a un grupo de los suyos con el fin de tomar represalias contra
los cristianos y asesinarlos en gran número.
La hija del banquero, Susona Ben Susón era
una hermosa joven que se veía en secreto con un noble e
importante caballero cristiano. Susona, al oír todo lo
que habían planeado, acudió a su amado rápidamente para informarle
de las intenciones que tenían los judíos.
Los cristianos se
anticiparon a la posible rebelión tomando drásticas medidas. El
padre de Susona junto a unos 20
judíos más fueron ahorcados en en la horca de Tablada.
A partir de aquel día, Susona solo recibió desprecios
por parte tanto de la comunidad judía como de la Cristian. Arrepentida se
marchó a un convento donde permaneció hasta el día de su muerte.
Al morir y abrir su testamento,
comprobaron que había dejado dispuesta la siguiente acorrencia: "Y para que sirva de ejemplo a
los jóvenes y en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto
separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta
de mi casa, y que quede allí para siempre jamás".
Y así estuvo la calavera colgada durante siglos, aunque
en algun momento alguien pensó que siempre jamás era demasiado tiempo y la
sustituyeron por una baldosa conmemorativa.
En 1835
Manuel María González Byass compro una pequeña bodega en Jerez a la que llamó
Tío Pepe en honor a su tío materno, José María Ángel y Vargas, que
iba de Sanlúcar de Barrameda a Jerez para cuidar las soleras de su sobrino y le
enseñó sobre la tradición vinícola jerezana.
En 1935 Luis Pérez Solero decidió vestir la
botella de Tío Pepe con chaquetilla, sombrero de ala ancha y guitarra española.
Ese entrañable diseño se ha convertido con los años en una figura ya familiar.
Uno de los pocos anuncios de carretera amnistiados, junto con el toro de Osborne.
También luce rumboso en el famoso cartel luminoso de la Puerta del Sol de Madrid.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.