El British Bar, uno de los bares emblemáticos de
Lisboa, lleva más de un siglo en Cais do
Sodré, desde su fundación, a finales del siglo XIX, con el nombre de Taverna Inglesa.
En aquella época era frecuentado por marineros
británicos y portugueses que perdían su flema inglesa a base de cerveza de
jengibre, y a dia de hoy sigue manteniendo un cierto aire cosmopolita. En uno
de sus estantes exhibe un peculiar reloj con agujas hacia atrás, ofrecido por
un cliente danés.
Este cálido establecimiento aparece en la película
En la ciudad blanca, de Alain Tanner. Un marinero suizo (Bruno Ganz) se fija en
el reloj y le dice a la camarera “ese
reloj va al revés”. La camera le
responde lacóníca “No. Es el tiempo el
que va al revés”. Creo que el British bar también aparece en laguna
película de Win Wenders y Nicolas Ray.
En el corazón del Cais de Sodre, a tiro de piedra del
mercado da Riveira hay una calle de mucho ambiente, conocida como Rua Rosa,
porque tiene el pavimento pintado de ese
color, aunque su verdadero nombre es calle Nova do Carvalho.
Este actual referente de la vida nocturna y contracultural
de Lsboa, era hasta hace no mucho un barrio lumpen, frecuentado por prostitutas y marineros, almas desubicadas
compensando la oferta y la demanda del amor retribuido.
Esa herencia sigue tintando el perfil de la zona, que
mantiene una impronta noctambula, multicultural y un poco golfa. Sirva de
ejemplo un antiguo edifico conocido por el elocuente nombre de Pensao Amor,
antiguo burdel decimonónico reconvertido en un local difícil de catalogar,
mezcla de salón de té decadente y gaztetxe berlinés. Mantiene gran parte de la
decoración original del burdel: espejos barrocos, frescos en los techos,
sillones de terciopelo, camas redondas y hasta una barra vertical que lo mismo
sirve para hacer un streap tease que para faclitar la salida a los bomberos.
Un buen ejemplo de esta recuperación urbana en Lisboa
es LX Factory,
una especie de mercado vanguardista permanete, con aires de Candem Town,
ubicado en el barrio de Alcantara debajo del puente 25 de abril. Sobre las
ruinas de un viejo complejo industrial, que pertenecia desde 1846 a la empresa
de hilos y telas "Companhia de Fiação e Tecidos Lisbonense", se
levantó esta isla creativa en 2008, en plena crisis económica, gracias a un
proyecto liderado por la empresa
Mainside Investments.
En sus pabellones se dan cita el arte multimedia, la publicidad, la cultura,
la moda, la comunicación, la música...Los muros están decorados con impactantes
graffitis y muestras de arte urbano. Tambien la oferta gastronómica es variada,
impreganada de ese toque de modernidad. Imprescindible la visita a Ler Devagar,
una librería sorprendente tanto por los fondos que atesora como por el espacio
que ocupa.
Cais do Sodré era
hasta hace poco una zona degradada y desangelada, con un transito hacia la
rivera del rio muy restringido por la abundancia de instalaciones portuaria.
Sin embargo su ubicación es privilegiada en una ciudad como Lisboa que mira al
Tajo con deleite, y sin embargo evita el contacto con él. Practicamnete solo se
podía acceder al rio, en la Praça do Comercio, estando toda la rivera, desde
alli hasta Belem, volcada al tráfico marítimo. Solo era cuestión de tiempo que
acabara poniéndose de moda esta zona, espacio vertebrado en torno al Cais
de Sordre.
Efectivamente en la en
la última década se ha convertido en un lugar de paso obligado, con cantidad de
bares, galerías de arte, comercios alternativos y una animada vida nocturna.
Seguramente leyendo
esta reseña mas de uno habréis empezado a proferir alaridos recriminatorios “Gentrificación,
gentrificación! Vade retro, meretriz de Babilonia!”. Pues moderad vuestra
indignación. En mi opinión, están llevando con bastante acierto este proceso de
recuperación urbana. Mantienen gran parte de los edificios industriales dotándoles
de otros usos, se conservan aun muchas de las tascas y antiguos comercios, en
apacible convivencia con los locales modernos, y el impacto del turismo no resulta apabullante. Al menos, de momento...
El Elevador da Bica,
Patrimonio Histórico de Portugal desde el 2002, comunica el Largo do Calhariz
con la Rua de São Paulo, en un recorrido de 200 metros de elevada pendiente. Fue
inaugurado en el año de 1892 funcionando en sus inicios con un sistema de cremallera
y contrapeso de agua.
Es el de Bica mas funicular
que ascensor, con sus dos vagones enfrentados. Cuando uno sube el otro baja.
Cuando uno baja el otro sube. El trayecto es corto pero lento, asi que se puede
uno deleitar en el ambiente de la empinada calle que atraviesa, siempre
animada, incluso profanar un poco la intimidad de los hogares, por la
proximidad de las fachadas, y adivinar los fogones funcionando detrás de las
macetas de las ventanas. Apenas queda espacio para una estrecha acera, a menudo
ocupada por las vecinas que se acomodan con sus sillas a la puerta de casa.
Cuando pasa el elevador se apartan de su trayectoria, sin inmutarse, con un
gesto leve, pero preciso por sobradamente conocido, que permite a la maquina
continuar su ascensión y al paisanaje alargar la plática sosegada.
El conductor tañe la
elegre campana, para advertir a algún cliente que sale del bar sin reparar en
el singular tráfico de esa calle o a algún chaval que se cuelga de la
barandilla exterior para subir de gorra. Una vez superada la mitad del
trayecto, cuando los dos vagones se cruzan, se empieza a asomar el Tajo por el
fondo de la calle, encajado entre las dos hileras de edificios, pero no por
ello menos grandioso.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.