Sin
duda la Torre Eiffel es el mas conocido símbolo de Paris. Se construyó para la exposición universal que celebró
París en 1889 y una vez finalizada el monumento iba a ser desmantelado. De hecho, hubiera sido desmontada si el ejército francés no hubiese visto en la torre un lugar óptimo para colocar transmisores
y receptores de radio.
Y
es que ahora los parisinos se sienten muy orgullosos de ella, pero en la época
en la que se construyó se consideró que
era un horroroso monstruo metálico que arruinaba la vista de la ciudad.
Uno de sus mayores
detractores fue el gran escritor Guy de
Maupassant. Sin embargo siempre que podía comía en el restaurante de la
torre. ¿Por qué? Porque afirmaba que ese precisamente era el único lugar desde
el que se podía disfrutar París sin que lo estropeara la visión el infame
monumento.
Desde
remotos tiempos estudiantes y revolucionarios han tenido querencia por el Quartier
Latin. No en vano alberga la Universidad
de la Sorbona, una de las mas antiguas de Europa. En otros tiempos era
frecuente escuchar a los estudiantes hablando en latin, mientras se emborrachaban
y perseguían chavalas . de ahí pocede el nombre de Barrio latino.
La Plaza
Saint-Michel y su fuente monumental, son la entrada al barrio y uno de los
puntos de reunión favoritos de los parisinos.
La fuente
tiene una altura de seis pisos y vino a rematar una medianera frente al Sena,
que quedó a la vista tras la apertura de un gran Boulevard de Saint-Michel,
durante la reforma del Baron Haussman, que cambió toda la imagen de París en
tiempos de Napoleon III.
La fuente se
encuentra rodeada de cuatro estatuas de bronce que represerntan las virtudes
cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza colocadas sobre columnas
corintias de mármol rosado. En la base dos dragones de bronce escupen el agua
el agua de la fuente.
La figura
central representa al arcángel San Miguel blandiendo en alto su espada flamígera y, a sus pies, el demonio sometido. Hay quien ha querido ver en esta escultura al
general De Gaulle derrotando a Hitler, pero hay que echarle bien de imaginación.
La Sierra de Gata está
situada en la raya con Portugal y con la provincia de Salamanca. La mezcla de
estas influencias y su peculiar idiosincrasia hacen de todas las poblaciones de Sierra lugares
con magia que perduran en el recuerdo.
Además esta comarca es rica en recursos
naturales. Los olivares producen un
aceite excelente protegido por la Denominación de Origen Gata- Hurdes. Por esos
montes habitan el lobo ibérico, el gato montés, e incluso el lince ibérico.
Al
menos asi ha sido hasta hace poco, porque este verano un devastador incendio,
aparentemente provocado, ha dejado un panorama desolador y un hábitat muy deteriorado, tras arrasar
7.833 hectáreas, y obligando a desalojar a 1.400 vecinos. Ojala que estas y aquellas
criaturillas vuelvan pronto a poblar sus pueblos y sus bosques.
Continuamos viaje por el norte de Extremadura, ya al
límite de Salamanca, donde la provincia cacereña se arruga en abruptas
montañas.
Llegamos a la comarca de Las Hurdes, plagada de ríos
caudalosos que erosionan las tarrazas de negra pizarra. Espesa vegetación de
centenarias madroñeras castaños y olivos crecen en vertical sobre los
espectaculares meandros y jalonan huertos de vertiginoso acceso.
Esta comarca está tan condicionada por su orografia
extrema que ha permanecido aislada durante siglos, anclada en un pasado ancestral.
Así nos la mostró Buñuel en “Hurdes, tierra sin pan” su documental de 33 minutos, rodado en 1933, en plena
República. Los hurdanos no quieren ni oir hablar del genio de Calanda, que les
retrató como gente salvaje y atávica, que robaban a
sus hijos el pan que les daba el maestro, y veian impertérritos como las abejas
causaban la muerte a un burro a base de picotazos.
La idea de rodar un reportaje sobre la paupérrima
región de las Hurdes la concibió Luis Buñuel inspirado por los estudios
del Dr. Gregorio Marañón sobre la enfermedad del bocio en aquéllos
parajes. Le faltaba, sin embargo, el dinero necesario para empezar el
rodaje. A propósito de eso, contaba que, un día, en Zaragoza, hablando de
la posibilidad de hacer un documental sobre las Hurdes, con su amigo Sánchez
Ventura y Ramón Acín, éste le dijo de pronto:
- Mira, si me toca el gordo de la
lotería, te pago esa película.
Y fue y le tocó el gordo. Y le pagó la película.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.