viernes, 12 de julio de 2024

Tio Pepe

En 1835 Manuel María González Byass compro una pequeña bodega en Jerez a la que llamó Tío Pepe en honor a su tío materno, José María Ángel y Vargas, que iba de Sanlúcar de Barrameda a Jerez para cuidar las soleras de su sobrino y le enseñó sobre la tradición vinícola jerezana.

En 1935 Luis Pérez Solero decidió vestir la botella de Tío Pepe con chaquetilla, sombrero de ala ancha y guitarra española. Ese entrañable diseño se ha convertido con los años en una figura ya familiar. Uno de los pocos anuncios de carretera amnistiados, junto con el toro de Osborne.  También luce rumboso en el famoso cartel luminoso de la Puerta del Sol de Madrid.

martes, 9 de julio de 2024

Vejer de la fra

 

En la ciudad de Vejer de la Frontera, dominada por los árabes durante más de cinco siglos, vivía Catalina Fernández, una hermosa muchacha de clase noble que llamó la atención del emir marroquí Sidi Ali Ben Rachid. Los jóvenes se casaron, ella se convirtió al Islam, cambió su nombre por Lalla Zhora y comenzaron a vivir amor frenado por la Reconquista, que les hizo huir a Marruecos.

El matrimonio se asentó en una población bereber, junto a una colina. El emir fue teniendo cada vez más poder, pero Lalla Zohra se encontraba cada día más triste. No podía olvidar la tierra que la había visto nacer ni sabía cómo dejar atrás esa nostalgia que le acechaba día tras día.

Preocupado por la salud de su mujer Rachid tomó la decisión de recrear su pueblo natal e hizo construir una población a su imagen y semejanza, con un trazado de calles irregulares y casas blancas que fueron teñidas de azul como gesto al pueblo bereber que tan bien les había acogido. Así surgió la ciudad Chaouen. Una vez construida, el emir  publicó un edicto dando la bienvenida a los expulsados de Al-Ándalus, que comenzaron a llegar en masa a su nuevo hogar.

Siglos mas tarde, a principios del XXI, Chaouen y Vejer han sido hermanadas.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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