jueves, 22 de noviembre de 2012

Las Grutas de Longmen



Están 12 km al sur de Luoyang y constituyen uno de los tres grupos de grutas talladas en piedra de la antigua China. Los trabajos de las Grutas de Longmen comenzaron en el año 494, en la dinastía Wei del Norte, y durante los cuatro siglos siguientes un montón de gente estuvo alli extrayendo budas de la roca, a ambos lados del Río Yishui, en una amplia garganta que se extiende hacia la llamada ¨ Puerta del dragón¨.

El aventurero quedará maravillado contemplando las  100.000 estatuas de Buda talladas en 2100 nichos  de piedra. La escultura más pequeña mide sólo dos centímetros, y la más grande tiene 17 metros de altura y ocupa un talud completo de la montaña .

En el mismo conjunto monumental también se pueden visitar 40 pagodas y unas 3.600 inscripciones con mensajes delicadamente incomprensibles.Destaca especialmente el Templo Fengxian, obra de gran tamaño y refinada factura, construido con el dinero que el emperador Gao Zong dio a la emperatriz Wu Zetian para que se comprara unos cosméticos.

 

lunes, 19 de noviembre de 2012

moedong




El trayecto en tren desde Xian hasta Luoyang duraba toda la noche, asi que sacamos el tablero de ajedrez y dispusimos los trebejos sobre sus escaques.

Todos los niños que viajaban en el vagón se metieron en nuestro compartimento, para asistir a aquel espectáculo que parecía resultarles tan insólito.

En mitad de aquella algarabía ferroviaria, un niño gordito y simpático exclamó. “Moedong, moedong!”. Esta consigna enseguida se trasformó en un clamor en boca de toda la chiquillería del tren, a pesar de que el abuelo del gordito pedía un poco de silencio. Nosotros mismos, sin saber su significado, empezamos a repetirlo mecanicamente, como un mantra que nos ayudaba a concentrarnos en la busqueda la postrero jaque mate. “Moedong, moedong…” ¿que querrá decir?



amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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