El hipódromo es uno de los lugares más monumentales de Estambul. Fue construido en el siglo II, durante el imperio de Septimio Severo, y el 11 de marzo del 330 en esta misma plaza se proclamó el nacimiento de la Nueva Roma. Allí surgió también la rebelión de Nika, que acabaría en un baño de sangre cuando Belisario mandó masacrar a los 30.000 insurrectos allí convocados.
“Si”, me diréis “mucho Belisario y mucho Septimio Severo, pero ¿ahora mismo que se puede ver allí?" Pues lo siguiente:
EL OBELISCO EGIPCIO, el monumento más antiguo de Constantinopla, fue construido hace 3.500 años por orden del faraón Tutmosis II en Luxor. Expoliado en el siglo IV por los bizantinos, al descargarlo en el puerto se les partió en tres trozos y lo que ahora hay instalado allí es únicamente el tercio superior.
LA FUENTE ALEMANA, un kiosco diseñado personalmente por el káiser Guillermo y regalado al sultán Abdulhamid II.
LA COLUMNA DE CONSTANTINO. El emperador Constantino Porphitogenetos mandó recubrirla de bronce pero las placas fueron arrancadas durante la IV cruzada para acuñar moneda.
LA COLUMNA SERPENTINA. Fue un regalo de las 31 ciudades griegas que vencieron a los persas en Platea, para instalarlo en el Templo de Apolo en Delfos. Representa tres serpientes entrelazadas de cuyas bocas brotaba leche los días de carreras. Sobre ellas había instalada una gran caldera de oro.
También estuvieron aquí los míticos caballos asirios de san Marcos, hasta que los saquearon los venecianos en el 1204
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
4 comentarios:
Ya no hacen hipódromos como los de antes.
Yiujúú, 89498 ... CAPICÚÚÚA de nuevo !!!!!!
Ya me falta menos para verlo personalmente.
Te ha faltado comentar que en las carreras del hipódromo había dos facciones encontradísimas (creo que eran los verdes y los azules, pero no estoy muy segura) que la armaban en cada carrera. Y estos hinchas desaforados no se podían ni ver ni en las carreras, ni por las calles, ni por el ejercito, ni por el mundillo de la corte...
Vamos, que las carreras terminaban en revueltas, guerras civiles o similar por un "hemos ganado por un morro de caballo". "Pues hablando de morros...". Y hala, ya estaba liada. Eso eran carreras, y no las de San Jerónimo.
Efectivamente, Muskilda. En el Hipódromo convergían las dos fuerzas políticas más influyentes del Imperio, los azules y los verdes, partidos supuestamente deportivos pero decisivos a la hora de elegir un emperador, de armar una conjura, de realizar una revuelta (Justiniano fue conocido como uno de los más fanáticos azules.)
Esta división deportiva dio lugar a un extraño espacio de libre opinión en el medio de un Imperialismo Teocrático. El emperador, con el poder absoluto en sus manos, podia ser insultado por miles de personas (en el Hipódromo debían caber unas 50.000 por lo menos) solo porque no pertenecía a su equipo de carros preferido.
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