Aqui estoy, recuperando porco a poco mi reducida movilidad. Mientras tanto, haciendo vida casera y recibiendo cuidados y mimos de los amigos. Sin ir mas lejos, hoy Elena me ha traido una barra de pan con 16 curruscos.
Bien, dejemonos de lamentaciones y volvamos a Mejico. Nadie que viste el DF deberia dejar de pasarse por Xoximilco, aunque para ello tenga que travesar esa inmensa masa urbana, a través del intenso trafico del Periferico sur.
Despues de la densa travesía se llega a una laguna llena de islitas y canales , surcados por unas coloristas barcas llamadas trajineras, adornadas con cientos de flores. Algunos aficionados a buscar parecidos lo llaman la Venecia del Nuevo Mundo. Pero no creais que os vais a encontrar con un espectáculo turístico, no. Xoximilco es un sitio de mejicanos y para los mejicanos. Van a las trajineras a celebrar fiestas populares y cumpleaños al son de las mañanitas, con cierto aire dominguero. Las barcas van atestadas de familias, bebiendo tequlilazo y zampando tacos jalapeños y cochinita pibil.
Lo mas curioso del lugar, declarado Patrimonio de la Unesco, es que las islas no son tales, sino masas de tierra flotante, que viajan a la deriva por la laguna, variando constantemente la morfología del lugar. Las chinampas, que asi se llaman estas islas flotantes, fueron levantadas por los aztecas para conseguir terrenos para sembrar. Y el resultado fue una tierra tremendamente fertil, con hasta cuatro cosechas al año. Todavia se plantan alli flores y hortalizas (y alguna que otra choza). De hecho Xoximilco en azteca significa "en los campos de flores".
Interesante lo de Venecia. Alonso de Ojeda al desembarcar al sur de la boca del río Orinoco siguió hacia el norte donde vio que los indios vivían en casas construidas en el agua sobre largos palos e iban de una casa a otra en canoas. Todo ello le recordaba a Ojeda a Venecia y por eso llamó al sitio Venezuela.
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..."
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..." comenzaba sus alocuciones el capitán Tan, sea cual fuera el tema de conversación. Inmediatamente sus interlocutores (especialmente el tío Aquiles, inolvidable Miguel armario) dejaban de prestarle atención, sabedores del escaso interés de sus anécdotas.
¿Tendré acaso yo mejor acogida con mis sucedidos? ¿quien soy yo para compararme con el legendario capitán, pionero de los grandes exploradores?
2 comentarios:
El menisco nos ha devuelto el color, bien por el menisco, y por una rápida recupèración.
Interesante lo de Venecia. Alonso de Ojeda al desembarcar al sur de la boca del río Orinoco siguió hacia el norte donde vio que los indios vivían en casas construidas en el agua sobre largos palos e iban de una casa a otra en canoas. Todo ello le recordaba a Ojeda a Venecia y por eso llamó al sitio Venezuela.
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