miércoles, 15 de septiembre de 2010

Salute


Por cierto, la iglesia que se ve al fondo en el dibujo anterior y que en este podeis apreciar con todo detalle es Santa Maria de Della Salute, uno de los mas hermosos testimonios del barroco italiano. La cúpula de la Salute, soportada por sus caracteristicos contrafuertes en forma de caracolas, conforman uno de los mas típicas estampas venecianas.

La construcción se inició en 1630, justo después de que remitiera la peste negra que asolaba la ciudad y diezmaba su población, epidemia que habia sido considerada por los visionarios como un castigo divino por la vida disoluta que se habia extendido en Venecia. Ante la desesperada situación, el Senado realizó una promesa: Si la ciudad se liberaba de la plaga, levantarian un portentoso templo en honor a la Virgen de la Salud.

Parece ser que la Virgen se portó y el Senado encargó a Balthasar Longhena la construcción de la nueva iglesia en la Punta de la Dogana, el lugar donde encontraba el Priorato veneciano de la Orden de los Caballeros Teutones, cuyo monasterio fue demolido para hacer sitio. Este arquitecto, de probable origen ebreo, escondió en la estructura del edificio enigmáticas referencias esotéricas y numerológicas que solo los iniciados en la Cábala acertamos a compren
der.

Cada 21 de noviembre los venecianos van en procesión desde San Marcos hasta la Salute, a través de un puente de barcos construido ex professo, y echan la tarde por allí.


3 comentarios:

El crítico Larrauri dijo...

Ya era hora...de volver al trabajo, tanta desidia no es buena.

DtV dijo...

Aventurero cabalístico.
Por cierto, muy buen tema, pero con publicida :(

cosmopolitana dijo...

Aventurero, ahora que leo tus entradas sobre Venecia por fin me creo que existe, porque para mí Venecia siempre se ha tratado de una especie de espejismo, de conspiración de los más exquisitos creadores. Dicen que Venecia se hunde, que se ahoga, y que desaparecerá como el terrón de azúcar desaparece en el café que me estoy tomando. Contra el tiempo no se puede, el tiempo es insaciable e invencible y tal vez haya que dejar que el tiempo tenga la última palabra en Venecia. Quizás sea mejor dejar que Venecia siga envejeciendo y muera con dignidad. Bueno, ahora que lo pienso que espere un poco y asi puedo probar esa pizza tan buena de la que habla el Fugitivo y ver un Tintoretto.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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