domingo, 7 de noviembre de 2010

El primer gheto


Shylock, aquel prestamista judio de El Mercader de Venecia que exigía una libra de carne de su acreedor, es otro de los grandes personajes de Shakespeare
Quizas Shylock fue uno de aquellos 700 judíos que en 1516, fueron forzados a mudarse a la esquina noroeste de Venecia, que en aquella época era una zona remota de la ciudad donde se encontraban las fundiciones, que en lengua veneta se dice guetti, o algo asi.


La palabra Ghetto empezó a utilizarse para designar este barrio judio, en el distrito de Cannaregio, y pronto se generalizó y dio nombre a todas las juderías del mundo y por extensión a cualquier zona habitada por una comunidad separada.


El ghetto estaba totalmente rodeado por agua y tenía solo dos entradas que tenían grandes puertas que se cerraban a las noches y eran controladas por guardias cristianos. A los judíos se les permitía salir de Ghetto durante el día, pero debían llevar una insignia y un birrete para identificarse. Además, solamente se les permitía trabajar como comerciantes de telas, prestamistas o médicos.


La relativa tolerancia veneciana atrajo a numerosos judios que provenían de paises distintos y que hablaban distintos idiomas, lo que dotó al barrio de una rica singularidad cultural donde los nigromantes convivían con sefardíes falsamente renegados y seguidores de la Cábala.

Un siglo después, la comunidad dentro del ghetto había crecido a más de 5.000 habitantes, lo que obligó a que el área se expandiera verticalmente con edificios de altura impensable.

Actualmente, el Ghetto no ha perdido su identidad y conserva todas sus características originales, tiendas de productos kosher, librerías hebraicas, tiendas de objetos de culto y dos sinagogas donde los hijos de Abraham siguen reuniendose para celebrar sus ritos milenarios.


1 comentario:

Wendy Pan dijo...

Muy ilustrativo, muy instructivo, muy pero que muy odioso el tema de los ghetos, venga de donde venga (no quiero ni pensar sobre los ghetos saharauis en estos dramáticos y alarmantes días). Pero sin duda lo que más me ha gustado ha sido el ambientador musical xDD

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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