lunes, 30 de mayo de 2011

Iglesia de San Olaf


Con sus 124 metros es quizas el icono mas reconocible de Tallin y durante un tiempo fue el edifcio mas alto del mundo.
Está consagrada a san Olaf, en realidad al rey Olaf II de Noruega. Sin embargo, el nombre de la iglesia procede de su constructor.

La cosa del nombre tiene su guasa: los nobles de la ciudad habían decidido construir la iglesia más alta del mundo con la esperanza de atraer a muchos comerciantes de Escandinavia, pero no encontraban un maestro de obras capaz de llevar a cabo esta tarea. Hasta que apareció un desconocido y se comprometió a construir la iglesia, aunque pedía más dinero que el que la ciudad podía pagar. Entonces les propuso un pacto: El hombre accedió a renunciar al pago, si la gente de la ciudad conseguía adivinar su nombre.

El extraño constructor trabajó rápido y no habló con nadie. La iglesia estaba casi terminada. Las autoridades de la ciudad enviaron un espía para averiguar el nombre del misterioso arquitecto. El espía encontró su casa, y en su interior había una mujer contando una canción de cuna para un niño: "Duerme, mi bebé, duerme, Olaf llegará pronto a casa, con el oro suficiente para comprar la luna".

Ahora la gente de Tallin ya conocía el nombre de ese hombre. Esperaron a que se subiera a la parte superior de la aguja para colocar una cruz, y entonces le gritaron ¡"Olaf, Olaf, esa cruz está torcida!" Al oír esto, Olaf perdió el equilibrio y cayó al vacío desde lo alto de la torre.

Los que alli estaban aseguraron que, mientras yacía en el suelo, de la boca de Olaf salieron una rana y una serpiente, personificación de los poderes oscuros, sin cuya concurrencia no se podría haber levantado la enorme estructura. El incidente está plasmado en un bajorrelieve en la sepultura del arquitecto, en el exterior de la iglesia. Que tambien ya es triste que hagas un pedazo edifcio como ese y luego solo se te recuerde por esta supercheria y encima te lo esculpen en la tumba, por si a alguien se le olvida.


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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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