jueves, 16 de febrero de 2012

XIA WUDONG, el hijo del pescador


En la remota región de Cheng Kuo vivia un hombre muy pobre que había perdido a su esposa hacía mucho tiempo y sólo tenía un hijo llamado Xia Wudong. Padre e hijo vivían humildemente de la pesca que conseguían en el rio.Un día que estaban pescando en su pequeña barca, apenas extendieron la red atraparon una carpa muy grande. Padre e hijo se pusieron muy contentos, pero por más fuerza que hacían no conseguían levantar la red.

¿Qué hacer? No les quedaba otro remedio que cortar el pez en varios pedazos para sacarlo del agua. Así lo pensó el hombre y le ordenó al joven:

- ¡Xia Wudong, ve a casa a traer el hacha!
El muchacho salió corriendo hasta su casa y en ese mismo momento el pez habló.
- Buen hombre, ¡sálvame, te lo ruego! – imploró –. Yo también tengo hijos. Si me sueltas yo y mis hijos te quedaremos muy agradecidos y de ahora en adelante te ayudaremos cuando estés en dificultades.

- Como puede ser que un pez hable! - pensó el padre- Debe ser la reencarnación de un ser superior. Criatura tan especial debe ser salvada deinmediato. Debo soltarla rapidamente antes de que se asfixie.

Pero justo en el momento en que iba a liberar a la carpa de la red, apareció Xia Wudong y le pegó un hachazo en la cabeza.

El padre se quedó cabizbajo por la muerte de esa extraordinaria criatura, pero cuando Xia Wudong se la sirvió cocinada en la mesa, con su refrito de ajos y su perejil y sus patatitas, olvidó rápidamente sus tribulaciones.

(Cuento ligur, adaptado)

5 comentarios:

Snad dijo...

Hay en esta historia ese tanto de mala fortuna. No se puede estar atento a todo y es un coñazo. Cuando tiras hacia un lado de la manta, es para quitar de otro. Cuando estas a punto de colocar el ultimo pie sobre la cubierta, hay un cabrón de espaldas que decide que es hora de irse y te caes de espaldas. En cierta manera, yo a esto le llamo el caso del 'Tonto de escalera'. Una teoría que tengo plenamente desarrollada.

EL AVENTURERO dijo...

en efecto, snad, esto es lo que los occidentales llamais Sindrome del tonto de la escalera, y los orientales llamamos Sindrome del tonto de la pagoda

Snad dijo...

Observo que tu orientalismo es irreversible. Me pido el jardín exótico donde mora Elga.

Judax dijo...

El hambre no aguja la inteligencia, la devora

Judax dijo...

Perdón, "aguza".

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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