martes, 18 de septiembre de 2012

El Palacio de verano y la Emperatriz viuda


En las cercanías de Pekín, a orillas del lago Kunmimg, se encuentra el exquisito Palacio de Verano, histórica residencia de verano de los emperadores chinos. Fue destruido por las tropas anglo-francesas en la  Guerra del Opio, en 1860. Con posterioridad, en 1890, la Emperatriz Cixi encargó su reconstrucción, y la adoptó como su residencia habitual. 

No debemos confundir a la emperatrzi Cixi con Sissy emperatriz. Cixi fue uno de los personajes mas oscuros de la historia de China. Mujer instigadora y misteriosa, tuvo gran belleza en su juventud, por lo que fue elegida como concubina para el emperador Guanxu. Al darle su primer y único  hijo varón, escala posiciones en la Corte. El emperador languidecía entre pipas de opio y murió pronto dejando a Cixi como una joven viuda con inmensos poderes. Su regencia duró de 1861 a 1908. Mató a su sobrino con arsénico, del mismo modo que hacía con todos los que se cruzaban en su camino, y para preservar su juventud ingería a diario infusiones de perlas machacadas.


De ideas rígidas y tradicionalistas, contribuyó en gran parte a la corrupción, anarquía y revolución en China. Le caracterizaba una fuerte xenofobia, desprecio de todo lo extranjero, a la vez que abrazaba la tradición china. Instigó la guerra de los boxers, aquellos feroces jueramentados que consiguieron que el mismisimo Charlton Heston arqueara la ceja con preocupación, en "55 dias en Pekin". La pelicula de Nicolas Ray recrea aquellos dias convulsos en el lejano oriente, aunque se rodó cerca de Madrid y los decorados fueron construidos por artesanos falleros valencianos.
Falleció Cixi en 1908, habiendo conseguido el dificil consenso de ser odiada tanto por los chinos como por los extranjeros. En 1928 su lujosa tumba, un complejo de templos, puertas y pabellones cubiertos de planchas de oro, fue saqueada y dinamitada por el ejército del Kuomitang. Dicen que encontraron su cuerpo intacto, ya que, para evitar la descomposición,  habían colocado en su boca había una perla gigante.  Robaron la perla y tiraron el fiambre por ahí. La leyenda dice que el líder del Kuomintang: Chiang Kai-shek se quedó con la perla y acabó siendo un ornamento de los zapatos de fiesta de su mujer.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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