lunes, 6 de octubre de 2014

jim thomsom



La casa de Jim Thompson fue la residencia oficial del americano más famoso de Tailandia, y la sede de su emporio de exportación de seda. Hoy es uno de los museos mas visitados de Bangkok
Jim Thompson  nació en 1906 en Delaware. Tras licenciarse como arquitecto, se alistó en el servicio de inteligencia del  ejercito estadounidense durante la segunda Guerra Mundial.  Fue requerido  para colaborar en la operación de la liberación de Tailandia, pero cuando llegó ya se habia acabado la guerra.

Aprovechando que ya había hecho el viaje, decidió establecerse allí. Su visión emprendedora le llevó a crear una empresa para comercializar seda tailandesa. Pronto sus exquisitos tejidos consiguieron  renombre mundial.
En marzo de 1967, durante un viaje por Malasia, Jim Thompson desapareció en extrañas circunstancias, y nunca volvió a saberse nada de el.  Hay quien dice que fue asesinado por las mafias locales, otros dicen que se lo comió un tigre devora hombres. No falta quien asegura haberlo visto huyendo en un helicóptero. Hay también rumores que apuntan a posibles lazos con el Triángulo del Oro y los Señores de la droga birmanos. Para aumentar el misterio, su hermana fue asesinada un año mas tarde en Nueva York.
La casa de Jim Thompson se conserva tal como la dejó. El complejo está compuesto por  seis casas tradicionales de mas de dos siglos de antigüedad, llevadas desde otras provincias de Tailandia. Transportarlas no fue ningún problema ya que antiguamente construían las casas sin clavos para poder desarmarlas con facilidad.
Muy respetuoso con las costumbres tailandesas, Thompson construyó su casa sobre pilares elevados para evitar las inundaciones. Utilizó como protección la tradicional  pintura roja y las tejas fueron cocidas en Ayudhaya según métodos ancestrales. Incluso consultó con los chamanes la fecha propicia para trasladarse a la vivienda.

 


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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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