lunes, 1 de diciembre de 2014

Callejon del Duende

 





Cadiz es la ciudad mas antigua de occidente, y el barrio de El Pópulo, el más antiguo de Cádiz. Situado a la entrada del casco histórico, entre el Ayuntamiento y la Catedral, el actual barrio del Pópulo comprende el recinto reconstruido y amurallado sobre el núcleo árabe anterior. El latido de la Historia retumba en estas callejuelas como un clamor ancestral, y en su piedras ostioneras se mezclan vestigios de escrituras fenicias, púnicas, romanas y árabes.

Uno de los rincones del Populo con mas embrujo es el llamado Callejón del Duende.  Dicen algunos que el nombre proviene del trapicheo y el contrabando que llevaba a cabo en este callejón un pirata conocido como el "Duende". Otros señalan que las prostitutas escapaban por ahí del recinto amurallado, cuando la guardia organizaba una redada por los lupanares.
Pero la leyenda mas castiza, que ha pasado de generación a generación, nos cuenta que en tiempos napoleónicos, cuando los franceses intentaban invadir Cádiz, un capitán gabacho, se enamoró perdidamente de una hermosa piconera. Su gracia gaditana y su naturaleza guerrillera, se resistían al cortejo del invasor, pero finalmente sucumbió a la apostura del Capitán francés y a su remilgado acento.



La piconera ya tenía un novio que le daba bota de pez y salchichón  alpujarreño, pero ella, que era en el fondo un poco snob, acabó decantándose por el fuet alsaciano y el vino bordelés.  El entorno no era nada francófilo, asi que debían consumar su amor a escondidas y a oscuras.  En el estrecho callejón encontraron un rincón sórdido aunque adecuado para dar  rienda suelta a este secreto romance.  
Una fatídica noche fueron sorprendidos y señalados por fulminantes dedos acusadores. Ambos  fueron condenados a muerte por traición.

Pero la pasión gaditana y la adicción gala al cortejo parecen ser mas fuertes que la muerte. Ya que segíun cuentan los vecinos del Pópulo, algunas  noches se pueden ver  las sombras de estos dos enamorados que, dos siglos más tarde vuelven para reencontrarse en el callejón de sus enscarceos, y a revivar la llama de la pasión que un día sintieron.

En memoria de esta pareja de enamorados transpirinaicos, los vecinos adornan con velas el callejón la noche de los difuntos.


3 comentarios:

------ dijo...

...como te lea la gaditana y vea que pones a la fina ciudad de putera...nos va a dejar sin bizcochos

El Lisensiado dijo...

Tu labor de cronista ilustrado no tiene precio, Aventurero. El panadero del Puerto era un mindundi!!

EL AVENTURERO dijo...


el panadero ya tiene su homenaje

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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