En los albores de siglo XXI viviamos a lo loco, como si no hubiera un mañana. Eran
tiempos de bonanza y despilfarro. Corria el champán y las mujeres,
aunque las mujeres corrian mas que el champán.
Como muchos de nosotros, nadaba en la abundancia un amigo de Donosti
cuyo nombre no puedo revelar. Llamémosle M, como el vampiro de Dusseldorf.
Nadie sabe con qué argumento, M había conseguido convencer a una importante
cadena hostelera para que sufragara unos peculiares encuentros gatronomico-culturales.
La idea era juntar a personalidades relevantes del mundo del arte y la cultura
para propiciar un espacio de debate e intercambio de ideas. La realidad era que
nos juntábamos los amigotes de M, a
comer como bestias peludas.
En
una de aquellos ágapes un tal Patxi acaparaba la conversación, al punto que era
mas monólogo que dialogo. Nos contaba anécdotas de su juventud, narraba
historias de su familia, comentaba la
noticia de la contraportada del periódico o comentaba el chiste de Don Celes.
El caso era no callar.
M
intentaba ejercer de moderador pero veía
que aquello se le iba de las manos. Azorado pòr la situación, dio la la palabra
a Delso, un contertulio ponderado, residente en algún pueblo de Castilla.
Al
hilo de alguna loa que Patxi acababa de hacer sobre lo bonito que es su pueblo,
Delso intentó introducir una nueva perspectiva:
-“Tambien
en nuestra zona tenemos un interesante patrimonio. Sin ir mas lejos en el
Archivo General de Simancas se conserva…”
-“¿Simancas?”
interrumpió Patxi “lo que he follado yo en Simancas!”
El
muy jodido sabia que tipo de historias interesa a las personalidades del mundo
del arte y la cultura.
Una
vez recuperada la atención, Patxi siguió abordando toda suerte de asuntos
divinos y mundanos. Delso no volvió a hablar durante el resto de la noche. Y del
archivo de Simancas no se volvió a saber nada, hasta el otro dia que casualmente
pasé por allí.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
1 comentario:
...lo que me has hecho reír, jodido. Ahora, de todo esto saco la triste impresión de que ya nada volverá a ser igual. Ese flujo en el sin vivir al que estábamos adscritos. Esos buffets libres donde lo superfluo era el jamón 'serrano'. Aquellas validaciones... en fin, vivir para contarlo. Te has dejado el comentario del bueno de Delso (que por cierto, vivía y vive en Aranda de Duero) nada más salir desorejado: 'no, si encima vienen y se nos las follan'.
Publicar un comentario