Así la nomina: no voz ovina, ni mona lisa.
El trabajo de
Sergio Igrés era también su afición y su muy temprana vocación. Desde niño había
soñado con ser compositor de palíndromos.
Sintió la llamada en la escuela, el día que su maestra,
explicando las figuras retóricas, mencionó el mágico funcionamiento de los
palíndromos, esas frases que se leen
igual hacia atrás que hacia adelante. Nunca olvidaría el ejemplo que puso: “DÁBALE
ARROZ A LA ZORRA EL ABAD”. Esa idea se le quedó grabada en su cabeza infantil.
La imagen del clérigo alimentando a la raposa le resultaba de una belleza
extraña, tan sugerente que se emocionaba cada vez que la recordaba. Cuando la
frase acababa, volvía a empezar en sentido contrario, como en un juego sin fin
de espejos enfrentados.
No tardó Sergio Igrés en darse cuenta que su propio
nombre propio era un palíndromo. Desde entonces tuvo claro cuál iba a ser su
futuro: un día también él discurriría esos aforismos simétricos y los
difundiría a los cuatro vientos.
Así encaminó toda su formación hacia ese oficio.
Entonces, como ahora, la profesión de palindromista era una de las más
demandadas. ¿Quién no necesita tener cerca a alguien que le dé la vuelta a las
frases y las ponga ambidiestras y retractiles, las gire y las enderece hasta
redondear el capicúa literario? Tanto empresas como particulares, asociaciones
o comunidades de vecinos, todos querían disponer de los servicios de su propio
palindromador.
Pero para Sergio no era solo un modo de ganarse las
alubias. Realmente disfrutaba de este oficio. Degustaba cada fonema. Alargaba y
retorcía las palabras hasta que quedaban
despojadas de todo sentido, y sin embargo dotadas de un orden preciso, cercano
a la provocación dadaísta.
Cuanto más absurdo, más puro se le antojaba el
palíndromo. Cuanto más se alejaban de la lógica las palabras, más se
desprendían de las ataduras morales.
Ascenso y caída de Sergio Igrés, creador de palíndromos
No hay comentarios:
Publicar un comentario