lunes, 1 de julio de 2019

La playa de Argelès




Argelès-sur-Mer tiene una playa enorme y muy bonita, pero su memoria está empañada por un triste episodio. En 1939, al finalizar la guerra civil española, cientos de miles de republicanos cruzaron la frontera franco-española por Port Bou y fueron confinados por las autoridades francesas, en el Campo de concentración de Argelès-sur-Mer, situado en la playa, donde las condiciones de vida fueron inhumanas.

Uno de aquellos prisioneros fue el pintor navarro Gerardo Lizarraga Istúriz, nacido en Pamplona en 1905. Lizarraga se había casado en 1932 con Remedios Varo y Uranga, condiscípula suya en la Academia de San Fernando y conocida pintora surrealista, escritora y artista gráfica.  Aunque el matrimonio se iría desintegrando lentamente durante los siguientes cinco o seis años, fue ella quien rescató a su marido del campo de internamiento de Argelès, recurriendo a la influencia de sus amigos y a sobornos, tras haberle identificado en un documental cinematográfico de este campo de refugiados. Tras una serie de vicisitudes, ya divorciados, ambos se reencontrarán en Ciudad de México donde participarán de una vida social común dentro de un grupo heterogéneo de amigos, como Benjamín Peret, Chiki Weisz o Leonora Carrington donde predominaba el espíritu surrealista.
Años mas tarde Lizarraga tuvo una pequeña aparición en la película Fiesta de  Henry King, protagonizada por Ava Gardner, Tyrone Power, Mel Ferrer, Errol Flynn y que adapataba la novela homónima de Ernest Hemingway recreando  los sanfermines de la Pamplona natal de Lizarraga aunque figuradamente ya que se hizo una reconstrucción un poco burda de la capital navarra aprovechando localizaciones mejicanas.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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