Lucia es una rapaza lozana y vivaz que se resiste al despoblamiento rural. Con sus 17 primaveras estudia en Sarria y atiende al ganado en la granja familiar. Vive en la aldea de san Roman, en la granja que le dicen "el castro", porque está asentada sobre un castro celta de tiempo inmemorial. Al atardecer, pertrechados con sendas varas de avellano, subimos al monte a buscar a las vacas para estabularlas (me encanta esta palabra). Esta labor me sienta como un chute de plenitud. Le aseguro a Lucia que voy a recoger este momento en un dibujo y publicarlo en mi blog y le pregunto si maneja Internet. “¿y eso como se hace? ¿Con un palo?” contesta sarcástica la rapaza.
Lucia se rie de nuestra torpeza agropecuaria. “Ayyyy, esta xente da cidade…” dice. Pero se equivoca. Nosotros ya no somos xente da cidade. Ahora somos xente do pobo, que hemos cambiado la urbe por la ubre. Ya no queremos pisar el asfalto, sino la senda empedrada y el camino forestal. Ya no queremos oir los claxon, sino las cigarras y el cencerro de las frisonas.
El resol que se cuela entre la bruma hace brillar los tejados de pizarra. Nuestra primera etapa en Galicia se desarrolla en la pequeña aldea lucense de Lousada, donde la aventurera tiene raices, parentela, y recuerdos de los veranos de la infancia que, como dice Rilke, es la unica patria. Los familiares de la aventurera nos acogen entre esta bonita casa de Lousada y la granja del castro, en la vecina aldea de San Roman. Como agradecerles tantas atenciones a Edu, Charo, Manolo, Maria, Lucia, Miguel…
En el castro todo es algarabía: las ovejas balan, relincha el caballo, cacarean las gallinas, ladra el can, las vacas mugen... y elefantes non haylos, pero de haberlos barritarían. Nada de lo que comiamos en el castro se habia producido a mas de 50 metros. Incluso el pan era de elaboración propia, que lo cocían en su horno de leña. En el castro se comia de puta madre, carallo!
Entre Lousada y san Roman, un camino alumbrado por una hilera de generosas luciérnagas y coronado en el cielo por la pirotecnia de alguna fugaz estrella fugaz.
En los alrededores, una fraga profunda, poblada por castaños, hayas y robles centenarios (como ha de ser, que si no dispone de abundante variedad arborea no es fraga sino bosque). Tan frondosa y evocadora que nos parecía escuchar, acechante entre los helechos, al bandido Fendetestas ensayando el grito de “La bolsa o la vida, me caso en Soria!”
Hoy cumplo 17.000 dias sobre la faz de la tierra. Entre esos 17.000 los ha habido buenos y los ha habido malos. No me quejo. A ver que tal los próximos 17.000.
Onde irá aquel romeiro, meu romeiro a onde irá? Camiño de Compostela non sei se ali chegará.- Os pés leva cheos de sangre Xa non pode mais andar ¡malpocado! ¡Pobre vello! Non sei si ali chegará
Romance de Gaiferos de Mormaltan
Como los peregrinos compostelanos, alcanzamos Galicia por Cebreiro, entre ancestrales pallozas con techumbre de paja y vientos que baten desde los cuatro cardinales . Superado el alto de Piedrahita, el valle se abre exultante. Los estorninos vuelan en compacta bandada y los riachuelos murmuran muy antiguas historias. Desde el confortable aire acondicionado de nuestro lujoso vehiculo, formulamos buenos deseos a los caminantes rezagados que, inmersos en sus cavilaciones, avanzan por la ruta jacovea y a los que ya sestean en una mansa orilla “¡ Boa sorte, pelegrins, ojala que o camiño os dei o que estais buscando!”
Ya os comentaré mas cosas de Roma. Ahora estoy de viaje por Galicia, ese terruño habitado por 2,8 millones de paisanos, 500 millones de árboles, un millón de vacas y un oso.
Hay en la villa Adriana un rincón que tenía ganas de visitar desde que hace años lo ví en una escena del “El vientre del arquitecto”. Se trata del llamado Teatro Marítimo, un canal en forma de anillo que encierra una isleta donde había una pequeña villa con todo lo imprescindible. Alrededor del canal un corredor circular, porticado con cuarenta columnas jónicas.
A la isleta solo se podía acceder a través de un puente levadizo que se accionaba desde el interior. Este era el retiro del emperador, el lugar donde se refugiaba Adriano cuando queria estar apartado del mundo. De esta manera, la isla le aislaba, física y espirituamente. Funcionaba como una metáfora, pero tambien como una escenografía cósmica, un oratorio concentrico destinado a albergar al emperador divinizado bajo la cúpula celeste.
Con nuestro tino habitual, elegimos una mañana lluviosa para ir a visitar Tivoli, entre los montes tiburtinos y la campiña romana, a unos 30 kilómetros de la urbe. Nuestro destino era la Villa Adriana, donde el emperador romano (en realidad era de Sevilla y olé) Adriano pasó los últimos años de su vida. Entre cipreses, pinos y olivos milenarios, el emperador mandó levantar edificios inspirados en grandes construcciones de Grecia, Alejandría o Asia Menor. No en vano Adriano fue un viajero incansable y había recorrido todos los rincones del imperio.
Nosotros, por el contrario, somos viajeros cansables, y para cuando llegamos a la Villa Adriana ya estabamos agotados, después de coger un metro, dos autobuses y una paseata de dos kilómetros bajo la lluvia.
En plena Via Veneto, el centro de la vida mundana, la muerte exhibe su danza macabra: el cementerio de los frailes capuchinos de la iglesia de la Inmaculada Concepción.
Las paredes y techos de la cripta están decorados con los huesos de más de 4000 capuchinos muertos entre 1528 y 1870. Al parecer el ayuntamiento ofreció a los capuchinos hacerse cargo de los esqueletos para trasladarlos a algún osario municipal. “Quita, quita” replicó el prior “con lo entretenidos que estamos haciendo manualidades con estas clavículas, vértebras y calaveras”.
Así, a lo largo de cinco capillas se suceden los ornamentos oseos en forma de lamparas, repisas y rodapiés. En la última de las capillas reza un cartel: “Como vosotros, nosotros éramos. Como nosotros, vosotros seréis”.
A la muerte de Neron el antiguo lago de su Domus Aurea fue desecado hacia el Tíber y en su emplazamiento se levantó un monumental teatro: el anfiteatro Flavio, tambien llamado Coliseo por su proximidad a una colosal estatua de Nerón de mas de 30 metros.
El Coliseo fue iniciado por Vespasiano y construido en un breve plazo de tiempo, con la ayuda de una compleja maquinaria y mano de obra especializada.
Con capacidad para 50.000 personas sentadas, acogia espectáculos de masas que duraban varios dias: naumaquias o batallas navales, enfrentamiento entre animales personas y salvajes (tigres de la india, osos polares, elefantes, rinocerontes..). Pero lo mas popular era la lucha de los "gladiadores", en su mayor parte prisioneros de guerra o esclavos a los que se adiestraba para la lucha; aunque también había hombres libres que salian a la arena por simple gusto o por ganar fama y fortuna.
En ocasiones, si la gente lo pedía y la máxima autoridad lo permitía, se perdonaba la vida de los gladiadores que habian hecho un gran combate. Pero lo habitual era que lucharan literalmente hasta morir. Para comprobar si un luchador realmente habia muerto o se lo estaba haciendo, se le aplicaba un hierro al rojo, y si no se movia certificaban el fallecimiento, pero si se movia, le afeaban la conducta y le invitaban a regresar a la arena y cumplir con su trabajo
A partir del siglo VI, el Coliseo cayó en el abandono, y durante los siglos XV y XVI, el mármol travertino que lo recubría fue arrancado para reutilizarlo en otras construcciones. Entre otras, se utilizó para el Palacio Barberini. De ahí el conocido dicho latino que reza "Quod non fecerunt Barbari, fecerunt Barberini" (lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini).
A pesar de tantos avatares, expolios, guerras y terremotos, el Coliseo sigue en pie y hace poco ha sido declarado una de las siete maravillas del mundo
Nerón, ultimo de los emperadores de la familia julio-claudia, fue el mas extravagante de todos ellos. Su sed de sangre parecía insaciable. Solo en su familia propició numerosas bajas, entre otras la de su madre Agripina y sus dos esposas, Octavia y Popea. La muerte de esta última, sin embargo, le debió producir algún cargo de conciencia, porque cuando se cruzó con Esporo, un liberto que se parecía vagamente a Popea, ordenó castrarle y se casó con él. “Ojala su padre hubiera hacho lo mismo!” opinaron muchos ciudadanos.
También se sabe que de vez en cuando obligaba a sus senadores y nobles a que bajaran ellos mismos a la arena y se pelearan entre sí, igualándolos de esta manera con esclavos y prisioneros, cantera de los gladiadores. Estas bromas terminaron con la vida de 400 senadores y un número mayor de hombres libres.
Su sensibilidad artística y musical recibió el elogio unánime de sus contemporáneos. En realidad no fue del todo unánime, pero los pocos detractores que se manifestaron como tales, como el deslenguado Petronio, vieron considerablemente reducida su trayectoria vital.
Nerón aprovechó el incendio de la ciudad (que según algunos historiadores, él mismo había provocado) para empezar la construcción de su nuevo palacio, un despilfarro de columnas marmóreas, jardines lujosos, hermosas fuentes y atractivos lagos artificiales así como multitud de estatuas y obras de arte, como el famoso “Laocoonte y sus hijos”. Recibió el nombre de Domus Aurea, por el resplandor que producían sus estancias, revestidas de oro, nácar, perlas y piedras preciosas. Los techos de los comedores estaban formados por unas planchas móviles de marfil y oro que, durante los banquetes se entreabrían para dejar caer pétalos de flores y perfumes variados entre los invitados. El comedor principal, decorado con frescos de Fabullus y Plinio, estaba coronado por una cúpula que giraba día y noche entorno a su eje mediante la fuerza del agua.
La Domus Aurea ocupaba un area inmensa, desde la colina palatina hasta la esquilina y radiaba un lujo nunca visto hasta entonces. Según Suetonio, cuando se trasladó a la recien inagurada Domus aurea, Nerón exclamo “por fin puedo vivir como un ser humano”.
Los peregrinos que llegaban a Roma desde el norte y el Adriático entraban en la ciudad por el gran espacio oval que es la Piazza di Popolo. Desde allí, bordeando las iglesias aparentemente gemelas de Sta. Maria dei Miracoli y Sta. Maria di Montesanto, parten las tres calles que conforman la zona conocida como el Tridente.
En el lado opuesto de la piazza, bajo los jardines de Villa Borghese, está la Puerta Flaminia y la emblemática Chiesa de Santa María di popolo, levantada sobre lo que fue la tumba del Emperador Nerón. Al perecer, el fantasma de Nerón se aparecía en la oscuridad de las noches medievales y rondaba por las inmediaciones de un nogal que había crecido sobre su tumba.
Cuando el expeditivo papa Pascual II (1099-1118) se enteró de que el emperador andaba atemorizando a los buenos cristianos tanto como lo hizo en vida, mandó talar el nogal, quemarlo y arrojar sus cenizas al Tiber. Sobre la tumba hizo levantar la iglesia de Chiesa de Santa María di popolo, y santas pascuas. Nunca más se volvió a saber del fantasma.
"Esta es la muestra de una mente fuerte para mantener un sólido conocimiento" reza la inscripción de esta singular escultura, situada en la Piazza della Minerva, muy cerca del Panteón.
Se trata de “El Elefantino”, un elefante de mármol blanco, diseñado por Bernini, que sostiene sobre su lomo un pequeño obelisco de granito rojo cubierto de jeroglíficos. Con sus escasos 5’47 metros de altura, este obelisco es el más pequeño de Roma. Originariamente se alzaba en la ciudad egipcia de Sais y fue realizado en la dinastia XXVI por Psamético II.
A la espalda del elefantino está la iglesia de Sta. María sopra Minerva, con frescos de Fra Angelico, esculturas de Miguel Angel, y dicen que Galileo Galilei está enterrado allí (aunque yo creo que tambien está enterrado en la basílica de la Santa Crocce de Florencia)
En Catania, Sicilia, vi una escultura parecida a esta y la dibujé.
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..."
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..." comenzaba sus alocuciones el capitán Tan, sea cual fuera el tema de conversación. Inmediatamente sus interlocutores (especialmente el tío Aquiles, inolvidable Miguel armario) dejaban de prestarle atención, sabedores del escaso interés de sus anécdotas.
¿Tendré acaso yo mejor acogida con mis sucedidos? ¿quien soy yo para compararme con el legendario capitán, pionero de los grandes exploradores?