viernes, 21 de septiembre de 2007

EDFU



El templo de Horus en Edfu, fue construido por los Ptoloméicos, ya en pleno Imperio Romano, pero reproduce todos los elementos típicos de la arquitectura egipcia y su estado de conservación es impecable.

En la época en la que los ingleses andaban por aquí, espolinado el patrimonio, el interior del templo estaba prácticamente cubierto por la arena, de manera que apenas se podia andar erguido sin rozar el techo.

4 comentarios:

Camille dijo...

Pues los ingleses son un rato altos, eh?
Que se fastidien!

lenoreanabel dijo...

Ya te digo que se fastidien los ladrones de los ingleses. Edfu es mi templo favorito de todos todos. Las dos veces que he ido se me ha puesto la piel de gallina recorriendo esas salas que únicamente los sacerdotes estaban autorizados a transitar. Es curioso que ahora todo el mundo pueda entrar en el sancta sanctorum donde solo entraba el sacerdote supremo del templo, el único autorizado por el faraón a relacionarse con el dios. Da que pensar...

Jas dijo...

Uff...cuanto sabe la gente por aquí, como se nota que viajan, otros como yo que lo mas lejos que han ido es a casa de su abuela, nos tenemos que conformar con los dibujos, las melodías y los comentarios aventuriles de Bajito....y menos mal, que sino ni en sueños iba yo a estos lugares ;-)

Gracias Aventurero Torero!!

Wendy Pan dijo...

Me alegro de que los choris de los ingleses tuviesen que partirse la chepa pa entrar ahí, jejeje
No se que es peor:
que conquisten y lo destruyan todo
o que "colonicen" y se lo lleven to pa su casa...,
supongo que lo primero, no?

El otro día ví una peli franchuta que iba de cosas egipcias y me acordé de vosotros "Oh, grandes sabedores-supremos". Que esos también mangaron lo suyo...

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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