lunes, 18 de junio de 2012

La gallina despues de asada


La extraña patreja nos pide que incluyamos el relato de un hecho insolito dio lugar al dichoo "Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada" . ¿Conoceis esta historia? A mi me la refirió con detalle mi viejo amigo Javi Barrena, que anda de veterinario por estos pagos, al que hace mucho que no veia y con el que me he reencontrado en Santo Domingo.


Ocurrió en un tiempo inmemorial que un matrimonio alemán y su hijo, en peregrinación hacia Santiago, pararon en una casa de Santo Domingo de la Calzada, para descansar las fatigas del Camino.


El dueño de la casa tenía una hija que enseguida se enamora del joven. Al ver que éste no la correspondía, decide vengarse acusándolo de robo. Rápidamente la justicia atrapa al muchacho teutón, y le encuentran una copa de plata que la chica le habia escondido es su equipaje. La pruebas parecen irrefutables, la copa, valiosa, y el juez, germanófobo, asi que el joven es condenado y ahorcado sin miramientos.


Sus padres quedan desconsolados, pero no tanto como para abandonar el viaje, así que continúan su ruta hasta Compostela.Y es a la vuelta, cuando su madre se detiene llorando en el lugar donde, a pesar del tiempo transcurrido, aún continuaba colgado su hijo. Grande sería su sorpresa cuando de pronto escucha la voz del joven diciéndole que sigue vivo "gracias a que Santiago y la Virgen le sostienen".


Inmediatamente sus padres se van a ver al juez. Este, que se encontraba comiendo, al oír el relato de la mujer, le contesta que su hijo está tan vivo como el gallo y la gallina asados que se disponía a comer. En aquel momento, las aves volvieron de pronto a la vida y salieron volando de la mesa. Asombrado, el juez se dirigió donde estaba colgado el muchacho y comprobando que estaba vivo, lo devolvieron a su familia, sin hacer demasiadas preguntas. Como prueba del milagro, llevaron las aves a la iglesia,


Los reposteros de la villa quisieron conmemorar el prodigio, al tiempo que revitalizar la industria pastelera, y se inventaron los “ahorcaditos”, unos pasteles de hojaldre que representan la figura del muchacho balanceándose en la horca.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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