El Templo del Cielo es el máximo exponente que ha quedado del arte Ming. Se sitúa al sur de Pekín y estuvo dedicado a las ceremonias imperiales de oración y ofrendas de sacrificios a los Dioses del Cielo y la Tierra. Hoy en día, el sitio ha pasado de ser un conjunto de templos-altares a convertirse en uno de los mayores parques públicos de la ciudad, con sus 2,7 millones de m² de superficie total. Una zona de esparcimiento donde los jubilados se juntan para cantar y los niños vuelan sus cometas.
Entre sus sobresalientes singularidades, destacan los efectos acústicos que se producen en sus distintos espacios. El eco de la Terraza del Triple Eco, o la Terraza de los Truenos a Oídos del Cielo, se produce al subir al Salón de las Rogativas por las Cosechas. Para subir al Templo hay tres terrazas con nueve escalones. Si damos una palmada en la primera terraza, nos devuelve su eco. Si damos una palmada en la segunda terraza nos devuelve dos ecos de las mismas. Y si hacemos lo propio en la tercera, se nos devuelve el eco de tres palmadas.
En otro extremo del conjunto se encuentra el Muro del Eco, una pared curva que rodea el Templo de la Bóveda Imperial. Cuando uno habla o susurra frente la pared, la superficie lisa refleja la voz haciéndola rebotar sucesivamente en la pared y llegando claramente al extremo opuesto del muro, a pesar de tener una distancia de 60 m y construcciones en medio. En la antigüedad se solía asociar el fenómeno a la idea de una comunicación entre el Cielo y el ser humano. En este espacio de recogimiento eintrospección, los turistas berreamos a voz en grito, para ver a quien se le oye mas y mejor.
Hay aun un ultimo efecto acústico en el Altar del Cielo. Una gran plataforma redonda escalonada y rodeada por un muro cuadrado. Consiste en tres terrazas concéntricas rodeadas de balaustradas de mármol blanco. Cada grada es rodeada por una barandilla de piedra esculpida. En el centro exacto del nivel superior, hay una piedra de mármol redonda y un poco elevada. Es conocida como la Piedra del Corazón del Cielo y es considerada de buena suerte tocarla. Si uno se sube a ella y habla en voz baja, sus susurros se magnifican y se oyen en voz alta, como respuestas provenientes de todas partes, órdenes sagradas provenientes del mismo cielo, según los antiguos
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
1 comentario:
para los amantes de lso numeros, acabo de hacer la vsita nº 188888
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