martes, 16 de octubre de 2012

Los Guerreros de terracota

Hace más de treinta años, unos campesinos que buscaban agua para sus regadíos en Xian descubren framentos de una figura de terracota que semeja a un guerrero antiguo. Esta habría de ser  la primera de las piezas de un verdadero ejército a tamaño real realizado en arcilla cocida conocido como “los Guerreros de Xian” .

Poco tiempo después este impresionante hallazgo se convertiría en uno de los conjuntos arqueológicos más importantes del pasado siglo, comparable al de la tumba de Tutankamon.

Se trata de la última morada del legendario Qin Shihuang, el primer emperador de China, el hombre que consiguió hace 2.300 años, unificar todos los reinos feudales de la civilización china y estableció la Dinastía Qin, con capital en Xian. Mandó construir la Gran Muralla, para proteger las fronteras del imperio. Centralizó el ejército y controló personalmente sus dominios bajo un control feroz. Igualó las vestimentas, las opiniones, los idiomas, la escritura, incluso los modos de lucha.

Pero Qin tenia una anhelo por encima de todo: queria vencer a la muerte. Y como sabemos ese proposito es harto complicado incluso para los emperadores. Qin Shihuang solía decir que quería “durar tanto como el Cielo y la Tierra, entrar en el agua sin mojarse y tener contacto con el fuego sin sufrir quemaduras”. Tales eran sus hobbies.

Fue precisamente este obsesivo miedo a morir el que desencadenó su inevitable muerte en el año 210 a.C, a los 48 años de edad, mientras se encontraba haciendo un viaje por la China oriental en busca de las legendarias islas de los inmortales y el secreto de la vida eterna. Su caracter receloso y despótico aparece bien reflejado en la peliciula Hero, de Zhang Yimou.

El caso es que el emperadror Qin Shihuang había desplegado todo su poder para desafiar a la muerte. Y para ello hizo contruir un verdadero ejército de Terracota que fue enterrado a la vez que él y cuya función era la de escoltarle en su viaje al otro mundo.

Hasta ahora se han descubierto casi dos mil de aquellas figuras de soldados, todas distintas. Yo habia pensado dibujar las 2000 pero al final he dibujado una sola para que os hagais una idea. Se cree que el Ejército de Terracota del Primer Emperador chino esta compuesto por al menos 8.000 estatuas, pero la mayoria siguen enterradas, a la espera de que las tecnologías en el campo de la arqueología evolucionen y se pueda garantizar que los soldados desenterrados en el futuro mantengan su color original.

También se decidió, por las mismas razones, esperar un tiempo antes de entrar al túmulo bajo el que se encuentra la cripta de Qin Shihuang (situado a un kilómetro y medio de distancia del Ejército de Terracota). A dia de hoy este enclave funerario todavia sigue rodeado de enigmas y misterios, pero las crónicas de la época aseguran que en esa tumba descansan tesoros inimaginables. El historiador Sima Qian habla de ríos subterráneos de mercurio, cauces que «se hacían fluir mecánicamente y representaban el río Amarillo y el río Azul». Según él la tumba contenía maravillas increíbles, maquetas de palacios y espléndidos tesoros; el techo de la cámara fúnebre era de «bronce salpicado de gemas como si de un cielo estrellado se tratara».

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente comentario y fabuloso dibujo. Gracias. A seguir bien. Un abrazo Manuel

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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