Mucio scevola
En
sus orígenes Roma fue gobernada por siete reyes, hasta el 509 AC, siendo el último de
estos Tarquino el Soberbio. Como de su sobrenombre se desprende, este rey era más bien
borde por lo que no era muy apreciado pos sus súbditos, que le organizaron
sucesivas algaradas. En una de estas fue expulsado de la ciudad, y para
retomarla acudió en su ayuda Lars Porsena, rey de Clusium, que mandó a sus tropas a
sitiar Roma, seguramente esperando sacar tajada con un buen expolio.
Cayo Mucio, un ciudadano
romano con mucho aplomo, decidió que había que
asesinar a Porsena. Así que se
disfrazó de etrusco, cruzó el Tiber a nado y se coló una noche en el campamento
de Porsena. Como no conocía al rey se abalanzó sobre el que le pareció más lujosamente
vestido y lo degolló. Lamentablemente, el finado no era Porsena, sino un secretario suyo.
Por supuesto, Mucio fue detenido y
arrastrado ante Porsena. Viendo lo mal que pintaban las cosas, decidió echarse
un largo: “Soy un ciudadano de Roma”,
dijo, “los hombres me llaman Cayo
Mucio. Como enemigo quería matar a un enemigo y tengo suficiente valor como para
enfrentar la muerte con tal de lograrlo.
El rey comenzó a preocuparse
y reaccionó con furia: “Si no
confiesas quiénes son tus cómplices y cómo piensan asesinarme, te quemo vivo de
inmediato”. Llegado a este punto Mucio optó por el doble o nada. Sin pestañear
metió su mano en el fuego y dejó que se achicharrara, simulando
no sentir ningún dolor. Según nos cuenta Tito Livio, Porsena, no pudo soportar el olor a
barbacoa, lo hizo retirar del fuego y, en premio a su valor, ordenó que lo
mandaran de vuelta a casa. Ahí Mucio, volvió a echarse un farol: “Ya que honras al valor, en reciprocidad te
confesaré lo que no quise decirte antes (y siguió ensartando embustes): Trescientos de nosotros, entre los jóvenes
romanos, han jurado que te atacarán como yo lo hice. El primero he sido yo; los
otros vendrán a su turno hasta que la fortuna nos dé una oportunidad favorable”.
Porsena
lo creyó, y se acojonó ante tanta bravura y tantos posibles atentados y
finalmente retiró sus tropas. Cayo Mucio regresó a Roma con la mano echa un
tizón. Alli lo recibieron con honores y
le otorgaron el obvio sobrenombre de Escévola (zurdo, en latín) que heredaron
todos sus descendientes.
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