miércoles, 10 de octubre de 2007

ABU SIMBEL (1)


Para ir a Abu Simbel, hube de levantarme a las dos de la mañana, que no sé si es madrugar o trasnochar. Después de varias horas de viaje desde Asuán, escoltado por un convoy militar a través del desierto, llegué hasta ese paraje inolvidable, quizás lo más memorable del viaje a Egipto.

Es cierto, los templos de Abu Simbel representan el máximo esplendor de la obra monumental de Ramses II, el rey de reyes. Los colosos de más de 20 metros que jalonan la entrada sobrecogen el espíritu, y no menos los bajorrelieves de la batalla de kadesh que se conservan en el interior. Igualmente impresionante resulta el templo anexo, dedicado a la esposa favorita de Ramses II, Nefertari, “la bella entre las bellas”, la princesa nubia que vino de mas allá de la cuarta catarata.

Es cierto, el traslado de los templos de Abu Simbel en 1964, constituyó una obra tan faraónica como su construcción. Habida cuenta de que ambos templos, el de Ramses y el Nefertari, no están edificados, sino tallados y escavados directamente en la roca, fue necesario pelar el monte, trasladar todo el revestimiento y montarlo sobre una montaña de roca artificial, para salvarlos de la inundación de la presa de Asuan.

Todo eso es cierto. Pero lo que realmente hizo de la visita a Abu Simbel algo tan memorable fue la majestuosa presencia del Príncipe Txabi. No estoy hablando de una estatua sedente de algún heredero al trono egipcio, no. El príncipe Txabi es uno de mi pueblo que me encontré en Abu Simbel y al que, no sé porque, todos conocen por ese nombre, sin que se le pueda atribuir alta alcurnia ni parentesco con la realeza

“Auri, auri, auri, los de Basauri, los de Basauri. Auri, auri, auri, los de Basauri estamos aquí!” exclamamos ambos al unísono, fundiéndonos en fraternal abrazo.

El príncipe, Txabi, que este año ha decidido ir de vacaciones a Egipto en lugar de a la Rioja, muestra idéntico entusiasmo ante los colosos de Abu Simbel que ante un muro de hormigón armado. Y es que, aparte de ser uno de los promotores de las fiestas de San faustin y tener un vago parecido con jesulin de Ubrique, el príncipe Txabi destaca por ser uno de los egiptólogos menos cualificados del Gran Bilbao.

Tras un cordial intercambio de impresiones, cada uno debe seguir su camino. Me despido apenado del principe Txabi. “Pongame a los pies de su señora” le ruego.

5 comentarios:

gus aneu2 dijo...

VIVA SAN FAUSTÍN!!!!!!!!!

EL AVENTURERO dijo...

gora!!!

Wendy Pan dijo...

Aaaaaah! ya veo, los dos monigotes flipaos a los pies de los colosales colosos sois entonces vosotros, no?
Hay que ver ! Basta con irte por ahí lejos pa encontrarte con alguien tu pueblo, jejeje

Gora el aventureroooo !!

isaac dijo...

EL AVENTURERO RULES!!!

Por cierto, impresionante selección musical para uno de los lugares más impresionantes de Egipto... GLORIA AL GRAN ALI!

Un saludo, aventurero!
Un saludo, Gus!

gus aneu2 dijo...

Aupa isaac, guapa wendy,
GORA AVENTURERO!!!
Pues yo me encontré a un colega que conocí en Irlanda estudiando inglés en la entrada a la Esfinge.
Egipto: magia del encuentro ;-)

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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