viernes, 28 de agosto de 2015

los Fratres


Suguiendo con la serie de torres cacereñas, la del Bujaco,  fue edificada por los árabes en el siglo XII en tapial reforzado con mampostería, sobre una base  de sillares mucho mas antigua,  de la época romana.
 Es una magnífica torre albarrana, de casi 25 metros de altura, integrada en la muralla almohade de Cáceres,  a cuyo frente se extiende la inclita e inclinada Plaza mayor-
Al parecer el nombre de Bujaco deriva del caudillo almohade Abu Ya'qub
La torre de quien?
-          De Abu Ya`qub
-          Ah, de Bujaco! 

En el año 1172  los almohades tomaron la ciudad, y los últimos caballeros cristianos se hicieron fuertes en este baluarte del Bujaco. El tal Abu Ya'qub asedió la torre durante seis meses hasta que, rodeados y sin salida posible, los Frates se vieron obligados a rendirse.
Dando muestras de su carácter abusón,  en la misma torre Abu Ya’qub pasó a cuchillo a los 40 caballeros de la Orden de los Frates de Cáceres que quedaban. Aqui te pillo, aqui te mato. Los Fratres, mitad monjes, mitad soldados, fueron el germen de la Orden de Santiago, fundada sobre sus tumbas aun calientes.
En 1184 Caceres vueve a ser conquistada por el rey de león  de Fernando II, ganándola de nuevo el emir almohade Yusuf Almansur en 1196. Muerto el monarca leonés, le sucede su hijo Alfonso IX, conocido por el Baboso. El 24 de junio de 1227 (in festo Sancti Joannis) el baboso este conquista nuevamente la ciudad, que queda definitivamente incorporada a los reinos cristianos.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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