viernes, 21 de agosto de 2015

la princesa Jasmina

La cacereña Torre de los pozos, también llamada de los gitanos, ofrece unas magnificas vistas a la parte este de la ciudad y al arroyo de la rivera. Esta torrefue escenario de una tremenda  leyenda de amor y traición, que debe tener un sustrato histórico pero, que como todas las leyendas, no se sabe hasta donde ha sido retocada por la imaginación popular.

  La escritura cacereña Ada Salas, nos la relata con estas bonitas palabras:

Cuando la ciudad era árabe, vivía aquí el Alcaide con su hija la princesa Jasmina, célebre por su hermosura, a quien estimaba por encima de todo y quien cuidaba como su mayor tesoro. Llegado el tiempo de la Reconquista, la ciudad fue asediada por soldados cristianos. Desde las ventanas trasera del Palacio, la princesa guardada celosamente por los desvelos de su padre, acechaba los movimientos de las tropas enemigas; esos gallardos caballeros, de aspecto extranjero, que la atemorizaban y la intrigaban a un tiempo. Entre ellos, colmo enseguida su atención un aguerrido guerrero que, retirado el yelmo, dejo ver su rostro noble y unas largas guedejas en las que quedo prendado el corazón de la desprevenida doncella. Bien hizo el amor su oficio y, a espaldas de su padre, pedía Jasmina un día y otro a su ama que la ayudase, ingeniando algún medio para salir del Palacio, que para ella era cárcel y acercarse al caballero.

Enternecida por los suspiros de su señora, reveló el ama la existencia de una pasadizo que conducía desde el aljibe a la vega del riachuelo, extramuros donde el ejercito cristiano esperaba su hora para tomas la villa, tal vez, embozada y en su compañía, podrían aventurarse en la oscuridad de la noche y cumplir su deseo. Así lo hicieron y, para desesperación del ama a la primera salida siguieron otras muchas y otros tantos encuentros con quien, bajo la promesa de se su esposo, le hizo olvidar la honestidad y el recato entre sus brazos de enardecido amante. La delicias desmayadas de Jasmina se desvanecían no bien despuntaba el alba, escoltada por el ama, desenfadaba el angosto camino que la restituía a su alcoba.

Pero como el amor, no siempre se alberga en pecho generoso, quiso el taimado cristiano sacar partido de su rendida conquista, y la siguió un amanecer, descubriendo la entrada del pasadizo secreto. Por allí con sus mejores hombres, entró hasta el corazón del Palacio, y tomo casi sin sangre, la ciudad. El Alcaide, viéndose tan impensadamente vencido, clamaba por el nombre del traidor. Jasmina confesó su culpa y con su culpa su desgracia, y viendo ser su amado el verdugo de su dicha y la perdición de su padre, abrió el balcón por el que tantas veces la espiara, y se dejó caer, llamando a la muerte a voces. Y dicen, compadecidos tal vez, y no queriendo ver tan desbaratado fin a su bellísimo cuerpo, que en mitad de su vuelo se convirtió en gallina de oro, y que las noches de San Juan se aparece en lugar conocido como Fuente Fria. Otros, los menos avisados cuentan que bajo hasta el aljibe y se durmió para siempre en sus aguas.

Se dice que las tropas Cristianas entraron en Cáceres en la madrugada del día 23de abril, día de San Jorge. Es por eso que la ciudad está bajo el patronazgo de este Santo mtadragones, y cada año se conmemora esta efemérides con un desfile de moros y cristianos.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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