miércoles, 5 de diciembre de 2007

Regreso a la ciudad blanca






"...crece la fantasía de una felicidad basada en la variedad, la aventura simulada y la surtida composición del tiempo libre."

Vicente Verdú





La última vez que fui a Lisboa era el primer dia del tercer milenio. Ya va siendo hora de volver. Sobran razones. Cada cierto tiempo hay que ir a Lisboa y aspirar con fuerza la brisa del Atlántico.

Con la colaboración
de un anfitrión
de excepción
como mon,
con mas razón

El ripio ha cabado de convencerme. No se hable mas, esta misma noche cojo un tren y me voy a Lisboa.

9 comentarios:

gus aneu2 dijo...

Llévame contiigo, que echo de menos los aires del Tejo.

Wendy Pan dijo...

Y yo que nunca he estado..., es que a mi no me sirve el tren, snifs!
Pero parece mentira, es el país más vecino, tan cerca y tan lejos.
Como dice Bisbalín: "ejto eh-increibre" !!

EL AVENTURERO dijo...

bueno, venga, pues veniros pa lisboa

------ dijo...

Seréis bienvenidos a mi humilde morada. Espero que convertir el viaje en una aventura donde te dé para darle al lápiz.

Anónimo dijo...

No dejaré que el aventurero se enfrente solo al poder maléfico de "Nom Snad". Le acompañaré en este viaje. ¡¡Nos vemos en la estación Aventurero!!

EL AVENTURERO dijo...

El licenciado valdes se incorpora a la expedicion, un aventurero profesional del nivel de hugo pratt o amundsen. Esto promete

rubén dijo...

¿Dónde se puede estar mejor que sentado en el muelle de Terreiro do Paço viendo partir los transbordadores de Almada?

Wendy Pan dijo...

Aventurero, igual te cruzas con Laurita, que también se ha ido pallá...

Tom Hagen dijo...

Siempre he dicho que con lo cerca que esta, cualquier día me escapo y me voy para allá :P.
Pero hoy no ^^.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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