jueves, 6 de noviembre de 2008

Sangüesa y el cabezonico de Campo Real


Este fin de semana he estado en Navarra, en la zona de Sangüesa. Ya había estado por allí hace años merced al anfitrionaje del amigo Angel.

Nada mas llegar, pregunté por un entrañable personaje carpetovetónico que conocí en aquel otro viaje: el cabezonico de Campo Real.

Padecía el cabezonico una acusada hidrocefalia y una nociva afición por los alcoholes destilados. Quizás lo segundo para olvidar lo primero. Menguado en estatura y entendederas, habría inspirado los pinceles de Velazquez o la pluma de Valle Inclan.

Una invernal noche de melopea, exponiéndose a las amenazas de la hipotermia, se tumbó en un banco a la intemperie y se quedó dormido, como un pajarico.

5 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Ay, mi pichoncico pobre.

gus aneu2 dijo...

Sí, pobre.
aupa ahí arriba, y en las islas aupa también.

Wendy Pan dijo...

Y aupa en la casa de mi caballero de brillante armadura (hacía tiempo que no te llamaba eso, eh super-fotografo de mis entretelas ;D).
Besotes Aventurero

Anónimo dijo...

hombre, el cabezonico de camporeal, era de camporeal, vaya para el un sentido saludo de un sangüesino que prefiere que visites sangüesa y te fijes en otra cosas mas majas que este plobe hombre (baco lo tenga en su gloria), que creo que un camion se lo llevo por delante....

Anónimo dijo...

Por supuesto que en Sangúesa hay cosas mas majas,pero El Aventurero tiene predilección por lo friky,lo extraño y desarmonico.A mi la muerte del Cabezonico me la contaron asi,quizas no lo fuera pero es un final mejor que el del camión.Y su hermano a quien tambien conoci tiene una final peor(y no era cabezonico pero si le faltaba algo).

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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