martes, 25 de noviembre de 2008

Mulay Ismail


Nada más ser coronado Mulay Ismail, segundo soberano alauita, envió 700 cabezas decapitadas a Fez, para que advirtieran que era un hombre con sentido del humor.

Ismail practicó su afición por el asesinato con tanto éxito y frecuencia durante sus 55 años de reinado que acabó provocando una importante recesión demográfica, si bien intentó compensarla trayendo al mundo 800 hijos de sus mas de 500 mujeres.


En su desmesura, se propuso levantar en Meknes una fastuosa capital que hiciera que Versalles pareciera un cobertizo. De hecho, siempre admiró a Luis XIV. Hasta tal punto que intentó convertirlo al Islam y le pidió que le entregara a su hija, Maria Ana de Borbón, para incorporarla a su harén. El Rey Sol en lugar de su hija le regaló un par de relojes, que aun pueden contemplarse junto a la tumba del Mulay.

5 comentarios:

Muskilda dijo...

El viajero cada vez se parece más a Felix Linares. 700 CABEZAS... 500 MUJERES... 800 HIJOS...

EL AVENTURERO dijo...

es verdad, ademas son siempre numeros redondos, que casualidad, no?

Wendy Pan dijo...

Menos mal que el franchute tuvo un rayo de sentido común en el momento propicio, sobre todo para la pobre de su hija.

EL AVENTURERO dijo...

canastos! hemos pasado de las 50.000 entradas. Con lo que me gustan a mi los numeros redondos

Anónimo dijo...

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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