martes, 11 de noviembre de 2008

La coprinus y la amanita

En Sos del rey catóico asisití a una exposición micológica que calificaría de instructiva e interesante si no hubiera sido empañada por los desafortunados acontecimientos postreros que os voy a referir.

Acababa de adquirir un paquete de cantarellus a un precio muy razonable, cuando llamó mi atención una seta que parecía derretirse en un liquido negro.


Inquirida al respecto una amable micóloga me explicó que se trataba del Coprinus comatus, conocida en euskera como urbeltz. Su carne es excelente pero debe comerse enseguida porque a los pocos dias empieza a licuarse hasta acabar totalmente transformada en tinta. Me cuenta la expositora que Hitler siempre escribía con tinta de coprinus, a fin de evitar las falsificaciones, e incluso fusiló a un comandante de la Gestapo por haber falsificado su firma, fraude descubierto con un microscopio al detectar la falta de esporas en el papel.

Animado por la curiosa explicación, sigo recorriendo la exposición hasta llegar a un stand que muestra un excelente ejemplar de amanita caesarea. A fin de observarla mas de cerca, le ruego al encargado que me la acerque
“¿Me das la amanita?”. Tan inocua solicitud debió ser mal interpretada por el rudo micólogo baturro, de los de azada y cachirulo, de manera que tuve que escapar precipitadamente para que dicho energúmeno no me arrojara al pilón, en pública represalia por aquella inocente aunque equívoca petición.


8 comentarios:

Anónimo dijo...

No dudo de las buenas intenciones del aventurero, pero es sabido que las amanitas cesáreas despiertan un salvaje sentido de la propiedad, de hecho en la antigua Roma era un manjar exclusivo de los césares pudiendo costar la vida a aquel que osara comerla.

Pero recomiendo al intrépido aventurero que tenga cuidado, parece que Agripina envenenó a Claudio al ofrecerle un suculento plato de Amanita caesarea en que incluyó ejemplares de la venenosa Amanita phalloides.

Wendy Pan dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Wendy Pan dijo...

JAJAJAJA, es que con las cosas de micólogos (sobre todo del norte...) no se juega, jefe.
Aiiins, el mágico mundo de las hifas, estuve mucho tiempo sin poder incarle el diente ni a los inocentes champiñones.
Pero para hoy tengo pa elegir:
Shiitake, de Cardo, de Chopo y Níscalos deliciosus Muahahahahaha
MUAHAHAHAHAHAHAHAHAHA

PD: ... Judax, es lo que tienen las Amanitas, son de lo más tramposillas jijiji

EL AVENTURERO dijo...

hola, judax
Si era exclusiva de los cesares de ahi vendra lo de caesarea, no?
En el caso del maño no era el sentido de la propiedad lo que le enervaba. Es que debio entender "dame la manita" y ya sabes que los maños son muy bruticos

Anónimo dijo...

Al hilo de tu comentario de ayer de la vara, y sin querer dar la ídem, cuando estudié la carrera me contaron que los maestros constructores de catedrales (las góticas sobre todo) tenían cada uno su propia vara, y que era ésta la que daba las proporciones únicas a cada construcción, ya que cada maestro tenía la suya.
Luego nacieron los arquitectos, con el métrico decimal entre ceja y ceja y chico, ya nada fué lo que era.

Muskilda dijo...

Bueno, bueno, Agripina le echó una manita a las amanitas, o eso dice la leyenda y la Historia, en realidad, vete tu a saber que pasó.

Interesante el comentario de Alp. Tengo varios conocidos, e incluso algunos amigos arquitectos, que consideran que el resto de los arquitectos no son lo que eran, pero ellos siempre serán lo que siempre han sido. Tampoco ellos lo entienden muy bien, pero les queda de cine cuando se les llena la boca. ("¿Maestros constructores? ¿Quienes son esos? ¿Han ido a la escuela de Arquitectura? Seguro que son decoradores sin salir del armario." dirian totalmente indignados. Se indignan mucho los arquitectos.)

gus aneu2 dijo...

Sería divertido saber si en vez de mostrar su enojo el iracundo setero te hubiese sonreido picarón y te hubiese dado su amanita :)p

EL AVENTURERO dijo...

En ese caso, Gus, habria sido yo el que corriese a arrojarme al pilon.

Muskilda y alp, a ver si solventais vuestras diferencias en foros mas apropiados. Nada de tirarse aqui los trastos que esto es un blog serio

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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