viernes, 22 de noviembre de 2013

Mañeru



Llego a Mañeru cuando están despuntando las primeras luces del alba. Busco un sitio para desayunar y no lo encuentro. Debo conformarme con un trago de agua en la fuente. En una de las fachadas la silueta en forja de un peregrino me indica en camino a seguir y lo sigo.

Que nadie espere mucha infraestructura en Mañeru. Es un pueblo pequeño, con una población de 382 habitantes.  Antiguamente la población se media en "fuegos", que supongo que aquivalia a una familia, o un hogar habitado. El número de gente que se calentaba en el  mismo fuego. A cada fuego le correspondía  aproximadamente 4,5 habitantes.  Asi sabemos que la población no ha variado demasiado desde la Edad Media, ya  que en el año 1533 había 70 fuegos (315 habitantes), y actualmente vive un repunte en su población gracias a la construcción de  nuevas urbanizaciones y nuevas vias de comunicación, que le supone 382 habitamntes

La única pena es que los datos demográficos hayan dejado de medirse en fuegos, para cuantificarlos en una magnitud tan anodina e ignífuga como el número de vecinos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

el puente de la reina



Pero si algo destacable  tiene Puente la Reina es el  puente de la reina, valga la redundancia, uno de los ejemplos de románico civil más señoriales de la ruta jacobea. En él confluyen el camino artagonés y el francés.

Sobrio y elegante, tiene 110 metros de largo y cuenta con 7 arcos de medio punto, el más oriental bajo tierra. Entre los arcos se abren unos arquillos, a modo de respiraderos, que aligeran la estructura y permiten que discurra el agua cuando el Arga baja crecido.
Fue levantado en el siglo XI, al parecer, por iniciativa de doña Mayor, esposa de Sancho III de Navarra, o doña Estefanía, mujer de García Nájera, o alguna de aquellas reinas navarras, que ceñían enjoyadas coronas sobre sus rubias cabelleras, pero para comer el cuto asado se apañaban mejor con las manicas que con la cuberteria de plata.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Puentelareina


En Puente la Reina, villa medieval fundada en el siglo XII por Alfonso I el Batallador, se funden las dos vías principales del Camino de Santiago, la francesa y la aragonesa, según se venga de Orreaga/Roncesvalles o de Somport.
Es uno de los mas estrategicos enclaves compostelanos y un claro ejemplo de "pueblo-calle" longitudinal, surgido arropando de la ruta jacobea. La estrecha rúa Mayor coincide con el trazado del camino y a sus lados apenas un par de calles secundarias por aquello de que algo tenia que haber detrás de las casas.

A lo largo de la calle mayor descubriremos joyas arquitectónicas como las iglesias del Crucifico, Santiago y San Pedro, cada una con su cosa.

La iglesia del Crucifijo está presidida por una insólita cruz de madera en forma de "Y". Según cuentan, fue donada en el siglo XV  por unos peregrinos alemanes que la trajeron a cuestas desde las lejanas montañas germánicas.
En  la iglesia de Santiago, destaca la talla policromada de Santiago apóstol, denominado "beltza" no sé si por su por su tez morena, o porque está un poco sucia por el implacable paso del tiempo, que todo oscurece.


Todo lo contrario le ocurria a la imagen de la Virgen del Puy o del Txori,  que se guarda en la parroquia de San Pedro. De ella  cuenta la leyenda que era visitada a diario por un pajarillo (de ahí el nombre) que le quitaba las telarañas con sus alas y le lavaba la cara con su pico después de recoger agua del Arga y la dejaba reluciente como una patena, que daba gloria verla.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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