miércoles, 4 de mayo de 2016

Txillida


 

En lo alto del Cerro de Santa Catalina, entre Cimadevilla y el mar, Eduardo Txillida diseñó su colosal escultura “El Elogio del Horizonte”. Con  10 metros de altura y un peso de 500 toneladas, está realizado en hormigón armado, en el propio emplazamiento, a partir de dos pilares que actúan como soportes de una elipse abierta.  
Paredes desnudas, frías sólo en apariencia Sus  brazos acogedores te abrazan y susurran a tu oído el batir de las olas. Marco privilegiado de los incontables contrastes entre el cielo y el mar,  no siempre ha sido apreciado por los foráneos. De hecho, el acervo popular  ha descartado el pomposo nombre del "Elogio del horizonte"  y lo ha sustituido por el menos poético pero igualmente elocuente de la "Taza del wáter de King Kong".

martes, 3 de mayo de 2016

lavaderu


 

Uno de los lugares con mas encanto de Cimadevilla es la plaza la Tabacalera o el Campu les Monxes (Campo de las Monjas), asi llamada por el edificio que corona la plaza, que  fue convento de las monjas Agustinas Recoletas, hasta su desamortización en el siglo XIX,  y más tarde Fábrica de Tabacos. En este Campu les Monxes ya no hay  pescadores, rederas, monjas, lavanderas ni cigarreras, pero sigue siendo un lugar muy animado, gracias a las sidrerías que allí abundan.


 Una de las mas populares, el lavaderu, no ha perdido su tirón, a pesar de  que durante varios años un ayudante de cocina apodado el “Candasu” se dedicó a envenenar a sus compañeros. Los trabajadores del chigre sufrían frecuentes intoxicaciones, taquicardias, vómitos y alergias, sobre todo después de discutir con el candasu .   Hasta que en mayo del 2011 el cocinero cayó fulminado frente a los fogones. Parece que esta vez al candasu se le había ido la mano al bendecirle la sidra con Colme, un fármaco que se emplea para combatir el alcoholismo, pero que basta mezclarlo con un zurito para tenga consecuencias fatales.
 
Cuando se descubrió el pastel, el candasu fue imputado por catorce delitos de homicidio en grado de tentativa, aunque las denuncias superaron la veintena, todas ellas correspondientes a antiguos trabajadores.

lunes, 2 de mayo de 2016

Cimadevilla


 

Cimadevilla es el núcleo originario de Gijón. Y como su nombre indica se encuentra en la cima de la villa, en la ladera interior  del Cerro de Santa Catalina, un ismo  que se adentra en el mar desafiando a las galernas y tempestades. Aquí se conservan los vestigios mas antiguos de la ciudad: los restos de la muralla romana, palacios, emitas, conventos, fuertes, el antiguo Ayuntamiento, la torre del reloj, las termas romanas o la llamada plaza de La Corrada, un gran patio de vecinos, que en tiempos pasados fue escenario de espectáculos, incluso de alguna novillada.…


Pero el perfil mas caracteristico de Cimadevilla es el de un barrio marinero, con sus casas típìcas de pescadores, su retícula irregular, de parcelas estrechas, adaptadas a la abrupta orografía del cerro de Santa Catalina, su lonja del pescado y sus redes al sol.


En  la calle de Óscar Olavarría se encuentra la Capilla de La Soledad, levantada en el siglo XVII y antigua sede del Gremio de Mareantes. Este gremio  de Mareantes financiaba y organizaba la captura de ballenas en el puerto gijonés. Los atalayeros, desde lo más alto de Cimavilla, divisaban a los preciados cetáceos y avisaban con hogueras a los balleneros que salían a su encuentro para darles caza.


La ballena, una vez arrastrada a tierra, se despiezaba y repartía, estando presentes el párroco de La Soledad y algún representante del Gremio. La tradición mandaba que el vientre fuese para la Capilla de La Soledad, una aleta para el pescador que le había dado muerte y la otra repartida entre toda la comunidad de pescadores. No sé qué utilidad les darían a estas vísceras y apéndices del pobre bicho, pero seguro que eran como oro marino, aunque solo fuera por el tamaño.

 

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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