jueves, 24 de julio de 2008

Villa Juanita


Para nuestra estancia en Cadiz, nos instalamos en Villa Juanita, un paraiso en el Puerto de Santa Maria. Los propietarios de la finca, Nacho y Menchu, esos rigurosos investigadores, nos la cedieron mientras estan de viaje por la India (ellos sí que son auténticos aventureros) . Que Ganesha con su infinita bondad les proteja en el camino y les colme de dádivas.




8 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Caramba con VIlla Juanita, qué monada de vivienda!
Que la disfrutes Aventus.

gus aneu2 dijo...

¿Quién cortaba el cesped?

Kultur Basauri dijo...

Podías recomendar algún sitio chulo de Cádiz.

EL AVENTURERO dijo...

la verdad es que en cadiz todo esta bien

a los vascos paarece que les tira mucho Conil

gus aneu2 dijo...

dsede burgos con amor

Anónimo dijo...

Hola a todos/as...Tras el intenso y aventurero viaje por el Indostán y Nepal, nos hallamos de nuevo en Villa Juanita, donde tampoco se está nada mal, aunque hubiéramos continuado gustosos nuestro periplo bajo la bendición de Ganesh y Hanuman.
Espero que disfrutáseis de vuestra estancia en Cádiz, donde se os espera de nuevo....

(Eugenio, me hubiera gustado haberte contado mil y una anécdotas y leyendas de ña Tacita de Plata, pero me las guardo para la próxima).

Un besazo

EL AVENTURERO dijo...

hola, nacho

espero que encontraseis yodo en su sitio.

ya tendremos ocasion de escuchar todos esos sucedidos gaditanos alli o en bilbao

Anónimo dijo...

Hola Ugenio, la Menchu era la que hablaba sobre los sucedidos gaditanos.....
Estaba todo perfecto. Mil gracias por la estampa italiana. Ahora tenemos aquí a comandos lisboetas y galegos hospedados en Villa Juanita, por cierto, Me encanta tu obra sobre la casa...Me encantaría tenerla y colgarla por aquí.....Un bezote!!

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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