jueves, 5 de febrero de 2009

Santa Ageda Bezperan

Aunque ya había escampado, la noche se había quedado fría y húmeda. Pero eso no les iba achantar. Era lo normal para un 4 de febrero. Como en tantos pueblos de Euskal Herria, cada víspera de Santa Ageda, el otxote Kaletarra cogía el farolillo y los palos de roble y salía por las siete calles a cantar las coplas de la festividad al ritmo de las makilas. Llevaban años haciéndolo asi, hubiera lluvia o granizo o terremoto.


Aintzaldun daigun Agate Deuna
bihar da ba Deun Agate
etxe honetan zorion hutsa
betiko euko al dabe.

Además, entre canto y canto, no faltaban unos txikitos para entrar en calor y entonar aquellas ocho gargantas de timbre grave y vibrante.

La parada en el bar de Kosme era obligatoria, porque estaba situado frente a la imagen de la Amatxu de Begoña y porque llenaba los vasos hasta el borde, aunque el vino era cosechero y peleón.

- Cóbrame esta ronda, Kosme- dijo Joxe Mari.

- No, no. Quita, que esta roda me toca a mí- intervino Peio, con su voz de tenor, ligeramente atiplada.

- Oyes, no le hagas caso, txiki, cobra de aquí- insistió Joxe Mari extendiendo un billete de 20 euros, tres mil y pico de las antiguas pesetas.

- Anda, anda, que tú ya has pagado antes, y además he comido una gilda.


- ¿Y que tiene que ver? Por dinero no va a ser.

- Ahí va la ostia, pues yo de dinero ando sobrado ¿que te crees?- se defendió Peio.

- Venga ya, que tu bastante tienes con llegar a fin de mes, txoriburu..

El camarero Kosme dio por zanjada la discusión, cogiéndole el billete de 20 euros, tres mil y pico de las antiguas pesetas.

Joxe Mari apenas tuvo tiempo de disfrutar su pírrica victoria, porque según se dio la vuelta, mientras guardaba el cambio en el bolsillo del pantalón Mahon, Peio le partió el cráneo con el palo de santa Águeda.

Y allí quedó el bueno de Joxe Mari, tendido en un charco de sangre que se extendía por la baldosa hidráulica. El resto del coro miró a Peio con desaprobación. Siete voces no son suficientes para formar otxote.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Es una historia real vivida por el Aventurero?, ¿una nueva faceta de autor de cuentos cortos estilo Poe?. Buscaré por la zona rastros del charco de sangre para salir de dudas

Y por si acaso no me presentaré a ninguna oferta para completar cualquier otxote, menos aún si en mi bolsillo reposa algún billete de 20 euskos.

PD: recomiendo a Monsieur L'Aventurero la lectura de un pequeño libro, "Cuentos breves para leer en el bus". Quizá le sirva de inspiración para esta su nueva faceta.

EL AVENTURERO dijo...

ya ves, judax, ahora me doy infulas de literato, mas que nada pàra suplir la falta de viajes.

intentare cponseguir ese librito para leer en el bus, donde tantas horas paso

EL AVENTURERO dijo...

me se acaba de ocurrir un palindromo: subo tu ala al autobus

Anónimo dijo...

Aventurero, cuentero y palindromero.
Un creador renacentero.

Más pronto que tarde
diseñador panadero,
arquitectero,
incluso esculturero.

Con trabajo y esmero
riqueza y famoseo,
para usted eso espero
y con afecto le deseo.

; )

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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