lunes, 13 de julio de 2009

domus aurea

Nerón, ultimo de los emperadores de la familia julio-claudia, fue el mas extravagante de todos ellos. Su sed de sangre parecía insaciable. Solo en su familia propició numerosas bajas, entre otras la de su madre Agripina y sus dos esposas, Octavia y Popea. La muerte de esta última, sin embargo, le debió producir algún cargo de conciencia, porque cuando se cruzó con Esporo, un liberto que se parecía vagamente a Popea, ordenó castrarle y se casó con él. “Ojala su padre hubiera hacho lo mismo!” opinaron muchos ciudadanos.

También se sabe que de vez en cuando obligaba a sus senadores y nobles a que bajaran ellos mismos a la arena y se pelearan entre sí, igualándolos de esta manera con esclavos y prisioneros, cantera de los gladiadores. Estas bromas terminaron con la vida de 400 senadores y un número mayor de hombres libres.

Su sensibilidad artística y musical recibió el elogio unánime de sus contemporáneos. En realidad no fue del todo unánime, pero los pocos detractores que se manifestaron como tales, como el deslenguado Petronio, vieron considerablemente reducida su trayectoria vital.

Nerón aprovechó el incendio de la ciudad (que según algunos historiadores, él mismo había provocado) para empezar la construcción de su nuevo palacio, un despilfarro de columnas marmóreas, jardines lujosos, hermosas fuentes y atractivos lagos artificiales así como multitud de estatuas y obras de arte, como el famoso “Laocoonte y sus hijos”. Recibió el nombre de Domus Aurea, por el resplandor que producían sus estancias, revestidas de oro, nácar, perlas y piedras preciosas.


Los techos de los comedores estaban formados por unas planchas móviles de marfil y oro que, durante los banquetes se entreabrían para dejar caer pétalos de flores y perfumes variados entre los invitados. El comedor principal, decorado con frescos de Fabullus y Plinio, estaba coronado por una cúpula que giraba día y noche entorno a su eje mediante la fuerza del agua.

La Domus Aurea ocupaba un area inmensa, desde la colina palatina hasta la esquilina y radiaba un lujo nunca visto hasta entonces. Según Suetonio, cuando se trasladó a la recien inagurada Domus aurea, Nerón exclamo “por fin puedo vivir como un ser humano”.


3 comentarios:

EL AVENTURERO dijo...

El dibujo es de uno de los pocos restos de la Domus aurea que quedan en pie. De hecho todo el palacio fue arrasado a la muerte de Neron, apenas 4 años despues de acabarse

Judax dijo...

Lástima, me hubiera gustado alquilar la domus para vivir una temporada como un ser humano.

; )

Wendy Pan dijo...

... maldita chusma! no merecían que un ser humano como Neróns les governara con tanto estilo y glamur.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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