viernes, 17 de julio de 2009

Panem et circenses



A la muerte de Neron el antiguo lago de su Domus Aurea fue desecado hacia el Tíber y en su emplazamiento se levantó un monumental teatro: el anfiteatro Flavio, tambien llamado Coliseo por su proximidad a una colosal estatua de Nerón de mas de 30 metros.

El Coliseo fue iniciado por Vespasiano y construido en un breve plazo de tiempo, con la ayuda de una compleja maquinaria y mano de obra especializada.

Con capacidad para 50.000 personas sentadas, acogia espectáculos de masas que duraban varios dias: naumaquias o batallas navales, enfrentamiento entre animales personas y salvajes (tigres de la india, osos polares, elefantes, rinocerontes..). Pero lo mas popular era la lucha de los "gladiadores", en su mayor parte prisioneros de guerra o esclavos a los que se adiestraba para la lucha; aunque también había hombres libres que salian a la arena por simple gusto o por ganar fama y fortuna.

En ocasiones, si la gente lo pedía y la máxima autoridad lo permitía, se perdonaba la vida de los gladiadores que habian hecho un gran combate. Pero lo habitual era que lucharan literalmente hasta morir. Para comprobar si un luchador realmente habia muerto o se lo estaba haciendo, se le aplicaba un hierro al rojo, y si no se movia certificaban el fallecimiento, pero si se movia, le afeaban la conducta y le invitaban a regresar a la arena y cumplir con su trabajo

A partir del siglo VI, el Coliseo cayó en el abandono, y durante los siglos XV y XVI, el mármol travertino que lo recubría fue arrancado para reutilizarlo en otras construcciones. Entre otras, se utilizó para el Palacio Barberini. De ahí el conocido dicho latino que reza "Quod non fecerunt Barbari, fecerunt Barberini" (lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini).
A pesar de tantos avatares, expolios, guerras y terremotos, el Coliseo sigue en pie y hace poco ha sido declarado una de las siete maravillas del mundo

3 comentarios:

marina dijo...

Uge!
veo que te has dado unos paseítos por Roma. Bonito sitio para vagabundear.
A partir de ahora vendré más a menudo de visita, que ya tengo wifi at home. Qué tiempos aquellos cuando currando una se podía dar una vuelta por estos pagos y orearse un pokillo...Ay!
la ciudadanía, ya sabes, no deja respiro.

y lo del cartel de jaiak... no tengo palabras. Empiezo a entender por qué son siempre tan feos: ¡¡¡los buenos ni siquiera los miran!!!

besinhos y carinhos (y perdón por la txapa, que estoy locuaz desde que tengo wifi)

Muskilda dijo...

Creo que Roma es un lugar donde se debería volver todos los años, hayas lanzado monedas a la Fontana o no. Por cierto, ¿visitó el Viajero la Carcel Mamertina? Porque tiene su aquello, la carcel.

EL AVENTURERO dijo...

marina, ya te echaba de menos

muskilda, claro que estuve en la carcel martina, como agripa y vercingetorix
tal vez le dedique un post un dia de estos

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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