miércoles, 19 de agosto de 2009

Xente do povo

Pero ¿quien sube al monte esas vacas que luego nosotros bajamos? MIGUEL. Con las primeras luces del alba Miguel se las lleva a los altos pastos para que saboreen la hierva fresca y alli se pasa las horas muertas, viendo rumiar a las vacas. A todas ellas, una veintena larga, las distingue y las conoce por su nombre (“A la rubia le gusta escaparse en cuanto puede, pero la mas lista es la marquesa “)

Miguel, como su hermano Edu, es castellano de Sasamon, aunque de muy joven se vino a trabajar a la margen izquierda del Nervion. Fue compañero del metal en la naval y mas de una vez hubo de trepar hasta la polea superior de la grua Carola para cambiar algun puntal. En los duros tiempos de la reconversión se reconvirtió y ahora amasa harina y agua obrando el milagro de trasformarlos en recias hogazas o estilizadas baguettes.

Pero lo que de verdad le gusta a Miguel es venir a Lousada. Desde hace 25 años, en cuanto coge sus vacaciones se viene a Galicia huyendo del mundanal ruido, esconde el reloj en un cajón y no lo recupera hasta el fatídico dia que marca el regreso en el calendario de los trabajadores por cuenta ajena.

Otro tipo curioso de Lousada es ANTOÑITO DE PEDERLADA, alquimista mineral y artista. Antoñito fue trotamundos en sus años mozos y regresó a su aldea natal en la edad tardia, para concentrarse en la labor atística. De su obra se desprenden evocaciones esotéricas que casan muy bien con la bruma del paisaje y el musgo de las piedras. A primera vista, intuyo referencias a los cultos solares celtas y los mandalas tibetanos.

Fuimos a su taller a saludarle, pero habia subido al monte a buscar silex, según nos dijeron dos peregrinos, ella belga, oscense él, a los que habia invitado a pernoctar en su casa aquella noche. Casi mejor asi. Que se mantenga el halo mágico. Yo prefiero imaginarme a Antoñito de Pederlada, como un druida que desaparece cuando se le busca y aparece cuando no se le espera, un nigromante de edad incalculable, iniciado en el Conocimiento, que acaso en el devenir de los siglos encontró el secreto de una juventud eterna y se muestra dispuesto a explicarselo a cualquiera que haga un alto en camino y se siente en el zaguan a platicar un rato.


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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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