miércoles, 9 de septiembre de 2009

Combarro

Tambien estuvimos por Combarro, pueblo pintoresco y uno de los núcleos pesqueros más hermosos de la costa gallega.

A lo largo de la calle que da a la ria se alinean mas de 30 horreos sobre la base granítica del puerto, en una especie de muralla que separa el mar del casco histórico, salpicado de cruceiros. “Onde hay un cruceiro, hubo un pecado” decia Castelao.

Los horreos de Combarro tiene la particularidad de que, a diferencia del uso agrícola que se les da en el resto de Galicia, aquí se utilizan como secadero de boquerones, sardinas y otros pescados típicos de la Ría.

Por cierto, ahora estoy en Nueva York




5 comentarios:

Judax dijo...

Me han dicho que en Niu Yor hay unos cuantos gallegos. Anda, mira a ver si encuentras algún horreo

Buen viaje y tráenos algo

marina dijo...

Aventurero! acabo de recibir un regalo de cumple maravilloso, maravilloso, maravilloso. No te digo más.

Bueno, sí, que me dáis mucha envidia en NY

Y que un beso muy grande. O dos

Wendy Pan dijo...

Perraco, encima nos lo restriegas, porras!!
Por cierto, mi ausencia se debe a mi endeble salú, cochambre que está una hecha, pfff

Muchos besotes viajeros y ojito a la vuelta con el jet-lag que es mucho más chungo volar en contra de Lorenzo ;D

EL AVENTURERO dijo...

hola, amigos

ya he vuelto de new york, y ahora me voy unos dias al festival de donosti

Prtonto volvere a postear, que tengo muchas cosas que contaros de NYC y alguna mas de galicia, pero ahopra necesito un poco de tiempo para organizarme

volvere pro

gus aneu2 dijo...

Bienvenido, aunque seguro que te hebrías quedado algo más por allí, y que lleves bien la "rentré", aunque ya veo que te cuidas.
Ya tengo ganas de ver esas entradas de NY, ya.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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