jueves, 16 de diciembre de 2010

ZÁRÁGÓZÁ!!


Aunque dejamos Venecia, pronto volveremos al Adriático, pues tengo que hablaros de Croacia. Pero antes quisiera contaros algunas cosas de Zaragoza, que he hecho un viajecito relampago por alli la semana pasada. En ZÁRÁGÓZÁ!! Pronuniese así, con acento en todas las sílabas.

La ciudad creció alrededor de la iglesia de la Pilarica, donde se apareció la Virgen. O mas bien apareció por alli, en carne y hueso, que vino en el año 40 a hacer una visita a San Pablo que estaba acampado a orillas del Ebro.

Mil setecientos años mas tarde volvió, esta vez de forma mas inmaterial, para obrar el Milagro de Calanda. La cosa fue asi: a Miguel Pellicer le habían amputado una pierna, tras ser aplastada por un carro de trigo. Cojo y mendicante por las calles de Zaragoza, Miguel se frotaba el muñon cada dia con el aceite de los candiles de la capilla de la Pilarica. Hasta que una noche la pierna le vuelve a crecer y milagrosamente amanece con ambas piernas en su sitio, por la intercesión de la Virgencita. Dio fe de todo ello el obispo Apaolaza.

Cada año por Semana santa, Leonardo Buñuel tocaba los tambores en Calanda, con unos palillos extraidos de la muleta de Miguel Pellicer. Su hijo, Luis Buñuel dio a conocer estos tambores por todo el mundo, al incluir el perturbador repique en la banda sónora de varias de sus películas.


2 comentarios:

Wendy Pan dijo...

IM-PRESIONANTE!!
Todo en general, y luego dicen que no hay ideas para el cine y eso..., con lo nutrida que es nuestra cultura, rica y variadísima, como variadas son las regiones de este nuestro país.

Y sí, estoy de acuerdo en cómo se pronuncia Zaragoza, acentuada en todas las sílabas, y Viva la Pilarica!

Recuerdo que la última vez que paseé por la plaza debía haber 50ºC a la sombra pues tenías la sensación que se te cocían los sesillos dentro de tu débil craneo xDD

Judax dijo...

Pasé un año por esas tierras, y doy fé que se pronuncia zÁrÁgozÁÁÁ

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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