viernes, 31 de agosto de 2012

La Gran muralla











Después de la unificación de toda China, en el siglo III A.C., el primer emperador Qin Shi Huang,  unió las murallas aisladas que habían ido levantando, para frenar los ataques de los temidos hunos y las hordas nómadas del norte, en los períodos de Primavera y Otoño y de los Reinos Combatientes del norte.

Asi surgió la Gran Muralla, la obra mas colosal jamas emprendida por el hombre. Un muro descomunal de mas de 7.000 kilometros de longitud, que se extiende desde las montañas de Corea hasta el Desierto de Gobi, levantado en el vano empeño de aislar del mundo exterior a un enorme pais.

Para su construcción se requirió de un gran contingent humano compuesto por soldados, campesinos, prisioneros y artesanos. Se dice que cuando alguno de ellos moría, o incluso cuando caía exhausto, los guardias lo arrojaban dentro de los soportes de los cimientos y seguían adelante. Tengo leido que más de 400.000 personas fueron sepultadas debajo de su estructura.

Ah, y no es cierto que sea la única obra humana que se ve desde la luna, porque en ese caso tambien se vería, por ejemplo, la autopista Bilbao-Behobia, que es mas ancha. Es otra de las muchas falacias que quieren que creamos quienes siembran la confusion y disfrutan con el engaño, y que ha quedado profusamente refutada por el rigor de la ciencia.

2 comentarios:

fus dijo...

Conozco la muralla y he de decirte que pasear por ellas es algo inimaginable, como estar en Xian viendo los guerreros de Terracota.


un saludo

fus

David dijo...

Disfruto mucho el hecho de salir de viaje y recorrer distintos sitios. Cuando salgo del país me gusta poder probar los platos típicos del lugar. Si me llego a quedar en mi casa, trato de comer platos de otros lugares a través del delivery comida

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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