martes, 23 de octubre de 2012

La flor de peonía


Luoyang está en el sector oeste de la provincia de Henan, en el curso medio del Río Amarillo. A partir del año 770 a. de C. fue capital de nueve dinastías, pero hoy apenas quedan rastros en la ciudad de aquel esplendoroso pasado. En el año 68, se construyó el primer templo budista de China, el Templo Caballo Blanco. Aunque el templo aún existe, casi no queda nada de la construcción original.

Una de las grandes atracciones de Luoyang, junto con el Templo Shaolin y las Grutas Longmen, es la flor de peonía, conocida como "la primera flor celestial" por su diversidad y su sorprendente cromatismo, tirando a kitch.

Todos los años se celebra en Luoyang el Festival de la Peonía, en el mes de abril, cuando llega la primavera, y la ciudad se embriaga del aroma de la omnipresente flor. Y durante unas semanas, todas las calles, parques, casas se engalanan con miles de tipos distintos de peonías. Coincidiendo con el festival, en el Museo de la Peonía se exhiben caligrafías y pinturas con esta flor como tema principal, y se exponen la historia, las leyendas y los métodos del cultivo...

Una de estas leyendas nos cuenta que la emperatriz Wu Zetian de la dinstía Tang (624-705), hizo una apuesta con un oficial en cierta oportunidad. Afirmaba la emperatriz que, si ella asi lo ordenaba, todas las flores del Jardín imperial de Chang’an se abrirían en una misma noche en pleno invierno. Bajo su divino orden, todas las flores obedecieron, excepto la peonía. Indignada, la emperatriz expulsó a la peonía de la capital Chang’an y la desterró a Luoyang, donde la desobediente flor se expandió a su anchas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que es una gozada leer y ver tus dibujos y recordar cómo los ibas haciendo mientras Sablina nos contaba las historías. Es un blog magnífico. Mi más sincera enhorabuena Manuel

EL AVENTURERO dijo...

gracias, manuel, amigo
me alegro de saber de vosotros

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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