miércoles, 5 de diciembre de 2012

El Templo Shaolin


Enclavado en el monte Song, en Dengfeng (China), se encuentra el templo Shaolin, considerado la cuna del Kung Fu y un importante centro de peregrinación, al que acuden, desde todo el mundo, estudiosos de las artes marciales y colgados en general. Aqui estudiaron Brece lee y Jackie Chan, y aqui se educó el pequeño saltamontes de la serie Kung Fu, antes de huir al salvaje Oeste, por haber ensartado con una lanza al sobrino del Emperador.

El templo, construido en el año 495 en uno de los cinco montes sagrados chinos, alcanzó gran notoriedad por su cercanía a la ciudad de Luoyang , capital durante varias dinastías, y por la participación de los monjes en la defensa de los ataques de piratas chinos y japoneses durante la dinastía Ming.

Fue el monje Bodhidharma quién introdujo esta práctica para que los otros religiosos pudieran realizar correctamente sus ejercicios de meditación. Muchos de los monjes, con una vida sedentaria, se quedaban dormidos y aletargados durante la meditación. Engordaban y esataban todo el día sobados. Y asi no había manera de alcanzar la iluminación.
 Llegó Bodhidharma y les puso a repartir mamporros y  dar brincos como posesos. La concentración y relajación son necesarios, pero un poco de marcha tambien viene bien. De ese modo, desarrolló más de 100 movimientos de Kung Fu (que se traduce como “práctica y habilidad”) para que los monjes lograran  la disciplina, el esfuerzo y el pleno equilibrio entre mente y cuerpo.

Y a él mismo tambien le vendría bien moverse un poco porque, según la leyenda, para dar ejemplo, Bodhidharma había permanecido sentado con la cara frente a una roca durante más de nueve años, meditando. Tal era su quietud que su sombra se quedó grabada sobre la roca. Yo la he visto.

3 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Querido Maestro, impresionado me has con tus impecables historias. Gracias!

EL AVENTURERO dijo...

de nada, pequeña salatamontesa

EL AVENTURERO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

Contribuyentes