martes, 8 de enero de 2013

La emperatriz Wu Zetian

En las grutas de Longmen me llama la atención una imagen de Buda de delicados rasgos. Descubro que fue esculpido con las facciones de Wu Zetian, la primera y última emperatriz de China (Cixi solo llegó a ocupar el cargo como emperatriz consorte), una mujer del siglo VII d. C . que fraguó intrigas, envenenó y estranguló a sus enemigos, hasta llegar a convertirse en una diosa viviente.

El padre de Wu Zetian era un comerciante, a quien los oráculos habían augurado que su descendencia reinaría en China, pero él consideró absurdala predicción porque solo tenía una hija. Sin embargo, la profecía de que “alguien  con facciones femeninas y corazón de tigre arribaría al trono” ya se estaba fraguando. 

A la edad de trece años, gracias a su extrema belleza, Wu Zetian (o Wu Chao) ingresó como concubina en el harén del Supremo Emperador Taizong, un sitio peligroso donde las concubinas competían entre ellas ferozmente para convertirse en favorita o ascender de rango.

Cuando el emperador cayó enfermo, Wu sedujo a su hijo, el heredero Kao Tsung, una pasión  que la Corte consderó incestuosa . El hecho de que la joven Wu hubiera sido concubina de un padre y un hijo fue un motivo de gran escándalo para los moralistas confucianos de la época. Asi que a la muerte de Taizong, le cortaron el pelo y la encerraron en un convento, pero consiguió comunicarse en secreto con el nuevo emperador, a la vez que hizo amistad con la emperatriz. De esta manera consiguió un edicto real que le le permitió volver al palacio y al harén real.

Como no era una mujer demasiado escrupulosa, mató a su propia hija recien nacida para culpar a la emperatriz, que fue ejecutada por ello. Convertida ella misma en emperatriz, Wu reinó sobre China a la sombra de su marido Kao Tsung. Cuando cumplió los 41 años, comenzó a temer que su joven y hermosa sobrina se convirtiera en la favorita y la envenenó.

A la muerte de su marido, tambien envenenó a su hijo mayor, de fuerte caracter, y a su segundo hijo, lo envió al exilio bajo falsas acusaciones. Despejado el camino, designó para hacerse cargo del gobierno a su hijo menor, el mas incapaz. Fue éste quien mando esculpìr la imagen del Buda del dibujo con los rasgos de su madre.

Finalmente, la madre se cansó de manipular a sus hijos y ocupó ella misma el trono. En el año 690 sus deseos se vieron finalmente cumplidos, cuando fue nombrada con el anómalo cargo de "Sagrado y Divino Emperador de China".

Tan proverbial como su ambición  fue su desaforada lujuria. En el libro "La cuna de la érotica", de Allen Edwardes y Robert Masters, se relata que todo dignatario masculino que visitaba a Wu Chao debía realizarle un cunnilingus. Previamente, eso si, la agasajada pedía a sus visitas que se lavaran la boca. Es difícil cotejar la veracidad de este hábito tan despiadado y es posible que sus enemigos la inventaran para desacreditarla. Lo que sí aparece bien documentado que en 697, cuando ya contaba con 72 años, creó para su particular disfrute un harén de jóvenes mancebos, conocido como el Instituto de la Grulla.

Finalmente, el 20 de febrero de 705, ya con ochenta años, no pudo evitar un golpe de estado, en el que fueron ejecutados sus ministros y amantes, los hermanos Zhang. La emperatriz fue obligada a abdicar, y su hijo el emperador Zhongzong volvió a subir al trono, restaurando la dinastía Tang. La anciana Wu moriría pocos meses después.

Fue una soberana cruel con sus adversarios pero, paradójicamente, fue una gran benefactora para el pueblo, bajó los impuestos, impulsó los derechos de las mujeres y trajo paz y prosperidad a su inmenso reino.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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