jueves, 14 de febrero de 2013

Coppelia


Casi a diario solíamos ir a la Heladería Coppelia, a degustar sus exquisitos helados. La heladería está abierta las 24 horas y tiene capacidad para atender 1000 personas. Y siempre esta lleno.

 Tiene un salón de espera con mesas y sillas donde se agrupan los turistas extranjeros. En el resto de la tienda, la parte más grande, están los clientes locales hacinados, haciendo una larga fila para poder conseguir el helado. En la zona turística se paga en pesos convertibles (CUCs) y en la zona para nativos en pesos cubanos, aunque nosotros pagábamos en pesos cubanos (bien barato, por cierto) y nunca tuvimos que esperar una cola y nadie nos dijo nada.

Coppelia se inauguró el 4 de Junio de 1966, y está ubicada en la famosa esquina de L y 23, junto al cine Yara, en uno de los edificios mas curiosos construidos en Cuba, fruto del talento del Arquitecto Mario Girona. Cada sala es una plataforma circular suspendida de 12 metros de diámetro apoyadas sobre pilares inclinados de hormigón armado, fundidos en el lugar y rematados por un enorme lucernario de cristales de colores.

El helado mas famoso es el de fresa y chocolate, que dio nombre a la película homónima  y homófila de Gutierrez Alea, que ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 1994, amen de otra infinidad de premios. Varias escenas de la película transcurrian bajo los contrafuertes de hormigón de esta singlar heladería.

3 comentarios:

El Licenciado dijo...

Deja ya de comer los putos helados y vamos pa´otro sitio!!

EL AVENTURERO dijo...

lisensiado, es que estoy exiliado por obras en casa
y no tengo acceso al ordenador para ir colgando los dibujos, pero pronto retomare

El Licenciado dijo...

Estas adecentando una buena habitación de invitados, con su baño con mini-spa, su galería-solarium, mini-bar gratis!!....
Es un detallazo!!

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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